Ilustración de Triunfo Arciniegas |
LOS BESOS Y LOS LABIOS
A veces pregunto en las farmacias por remedios que ya no existen. O doy en las direcciones referencias de negocios desaparecidos. Las actrices que menciono resultan desconocidas para los muchachos de ahora. Brigitte Bardot y Sophia Loren son venerables octogenarias desde hace unos cuantos años. Las demás ya murieron y tal vez descansan en paz.
Pertenezco a un mundo que se extingue, donde hombres y mujeres se distinguían físicamente con facilidad. La última vez en Medellín, tuve que pasar por la pena de preguntarle a alguien si era hombre o mujer. Pertenezco a un mundo donde las cosas se mencionaban con su nombre, sin los retorcimientos gramaticales que se han puesto de moda.
Me veo a gatas para entender los inventos, cada vez más recientes, cada vez más numerosos. Y respecto a su funcionamiento, sólo digo que si me explican diez veces entiendo de inmediato. Algunos creen que bromeo.
Conocí la televisión a los doce años, y en mi casa durante años no hubo un solo televisor. Pasé la adolescencia con cartas y telegramas, cuando aún no se habían inventado el internet ni los celulares. Mi pasión por la música empezó con los discos porque el cassette y el CD eran entonces inventos del futuro. Solo leo en pantalla cuando no hay de otra o para buscar información. Prefiero los libros de papel y tinta, el olor me embriaga. Acumulo libros con absoluto descaro. Vengo de la época de la máquina de escribir y el papel carbón, mucho antes de la fotocopiadora y los computadores. No es nostalgia. Prefiero el mundo con todas estas maravillas. Ya no tengo que acumular monedas y buscar un teléfono público, uno que por fin sirva, que no se trague las monedas, sino que meto la mano a mi bolsillo y en unos segundos marco en mi propio celular. Y hasta puedo ver en directo a la otra persona. Fácil, instantáneo, barato. Escribo por versiones. Imprimo, leo y corrijo a mano, leo por lo menos tres veces el texto y limpio para obtener una nueva versión. Ese trabajo de limpieza, digitando de nuevo el texto con la incorporación de los recientes cambios, requería dos o tres meses de cuidadoso trabajo, y no sólo se podían cometer errores al incorporar los cambios sino en el texto anterior, donde se supone que ya todo está bien. Ese trabajo de meses ahora se puede hacer en una sola tarde en la pantalla, y en cuestión de minutos la impresora realiza el milagro de darnos la nueva versión. Magia pura.
Pero el polvo de los caminos recorridos me persigue. Dice Vallejo en uno de sus poemas en prosa: "Los pasos se han ido, los besos, los perdones, los crímenes. Lo que continúa en la casa es el pie, los labios, los ojos, el corazón". Tengo en los cajones monedas que ya no circulan y cartas de mujeres que no consigo recordar. Como la hoja que no cayó en su otoño del cuento de Julio Garmendia. O como la antigua silla de madera que ya no se entiende con las nuevas y elegantes sillas de metal y tornillos.
A este paso voy a morir cuando la muerte ya no esté de moda y el dolor ya no sea lo que siempre ha sido.
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