martes, 29 de junio de 2021

Triunfo Arciniegas / Diario / Cuando muere un amigo

 

Fotografía de Triunfo Arciniegas

Triunfo Arciniegas
CUANDO MUERE UN AMIGO
29 de junio de 2021

Acaba de morir, debido al coronavirus, uno de mis mejores amigos, Edgar Suárez, uno de mis pocos amigos en Pamplona. Era un caballero. Eso lo dice todo. Entre tanto profe mediocre y envidioso, sobresalía por su franqueza y honestidad. Sabía de pedagogía más que nadie y navegaba con una destreza que nunca le aprendí en el difícil mar de tiburones del magisterio. Hacía milagros con su salario y sacó adelante tres muchachos, de quienes fue papá y mamá a la vez. Le consultaba sobre todo asuntos cotidianos: con quién arreglar un baño o dónde reparar la biblioteca. Una de mis últimas llamadas fue para preguntarle por la construcción de su casa en Cúcuta. En la primera etapa trabajó con gente local. "Me tumbaron", dijo. Y desde entonces se llevó los obreros de Pamplona, una lección que aprovecho ahora que levanto casa en Cuatrovientos. Siempre pensé que con su inteligencia y su corazón, hubiera sido un gran médico. Pero fuimos demasiado pobres y nos agarramos de la primera rama que contramos.

Alguna vez dejó a una novia porque se le empelotó encima de una mesa en una discoteca. "Tan delicado", le dijimos. Él mismo contaba la historia con lujo de detalles, enriqueciéndola a través de los años.

Desde que los problemas de salud lo obligaron a dejar el magisterio, hace unos cinco años, pasaba sus días en Cúcuta. Tres meses atrás su anciana madre se enfermó y entre idas y venidas del hospital toda la familia se contagió de coronavirus. Clínicas y hospitales se convirtieron en territorios de espanto. Uno acude con un hueso fracturado, por ejemplo, y sale en una bolsa negra.

El padre de Edgar, aunque había sido vacunado, murió. "Estaba entero", me dijo Édgar para explicar que su padre gozaba de buena salud antes del contagio. La madre, también vacunada, pasó días difíciles pero, por suerte se salvó. Y también sus hermanos. El último en contagiarse fue Edgar, y le dio muy duro. Sus pulmones colapsaron.

En estos días hablamos dos veces por teléfono. "Casi me muero", dijo la última vez. Se le oía débil y cansado. Abrevié la conversación y eso fue todo. La negra Eufemia, ahora huérfana de padre y madre, me dio la noticia llorando. Son más de veinte años de amistad sin mancha. Ha muerto una gran persona, una persona honrada e inteligente, un padre ejemplar, un amigo.

Un hombre bueno.

Qué día tan amargo.


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