jueves, 11 de marzo de 2021

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Curzio Malaparte


Maurizio Serra
CURZIO MALAPARTE
1

Los burgueses le daban asco, pero vivía de ellos. Su padre era un ingeniero alemán que llegó a finales del XIX a la industria textil de Prato y que pasó altos y bajos. Creció en un ambiente burgués, pero empobrecido. Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se hizo comunista, se inventó una biografía proletaria, falsa como todas las máscaras que se puso. Se ha dicho que era un hombre maquiavélico y camaleónico, pero en realidad fue sobre todo un gran narciso. Como tal fue un pésimo amante y un desastre organizando su vida. No respetaba nada, y destruía todo lo que creaba. Hoy sería un artista muy moderno, una especie de John Galliano, aunque Malaparte no era un deprimido que se autolesionaba, sino un toscano frío y burlón, sin duda más parecido a Truman Capote: capaz de jugarse una amistad por un chiste.

2

Con Mussolini fue un bufón de corte: se permitía decirle lo que nadie se atrevía a hacer. Y en cuanto entendió que iba a caer, lo abandonó. Los fascistas y posfascistas le consideraron un traidor porque no estuvo en Saló. Era más inteligente y voluble que todo eso. Con las mujeres era lo mismo: un gran seductor sin interés alguno por el contacto físico. Solo se quería a sí mismo. Se dice que fue un homosexual reprimido, pero yo no he encontrado la menor prueba de eso. Es verdad que tenía una idea muy elevada de la compostura física, y a su modo era un dandi, o al menos en las fotos le gustaba parecerlo. Se le ha comparado con Lord Byron, y es cierto que respiraba ese estilo. Aunque él prefería a Chateaubriand.

3

Un cínico muy calculador, de joven quería ser revolucionario y se hizo fascista porque entendió que el fascismo iba a imponerse al comunismo en Italia.

4

Era como una cobra. Picaba y se largaba.

5

Tenía un temperamento austero, gastaba muy poco, y era un genial observador, tenía un ojo infalible y en eso también se parecía a Truman Capote. Gran escritor, con una capacidad de síntesis extraordinaria y una gran agudeza, sus mejores cosas salían siempre de la vida real. Si entrara ahora aquí describiría el restaurante y a los clientes con tres frases. Moravia, con quien se odiaba a muerte, decía que era un periodista, no un escritor. Pero eso no quiere decir nada, y a él le daba igual la distinción. Moravia era más diplomático, más frío. Él era astuto, pícaro, se consideraba una estrella. Pero le interesaba mucho la gente que había quedado atrapada por el tren de la Historia. Como a Malraux, la rutina no le producía el menor interés, y despreciaba el sexo como materia literaria.


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