Samuel Beckett |
Manuel Vicent
.
El talento de Joyce anulaba
el que pudieran tener sus discípulos, a quienes regalaba corbatas a cambio de
que le leyeran fragmentos de la Divina
Comedia cuando estaba casi ciego. Beckett desarrolló con el
maestro un amor precavido, a veces muy cerca del odio, porque sabía que era
peligroso permanecer mucho tiempo al lado de un genio, con una traba añadida:
Lucia, la hija de Joyce, una chica muy inestable y convulsa, se había enamorado
de él. "Vengo a ver a tu padre, no a ti", le decía, y a partir de ahí
comenzaba la tormenta, hasta que un día se vio obligado a dejar de visitar la
casa. No consta que Joyce le regalara a su devoto Samuel ninguna corbata, pero
le dio este consejo: estéticamente tiene el mismo valor la caída del ángel que
la caída de una hoja.
Beckett vivía con Suzanne
Deschevaux, siete años mayor que él, con la que se casaría en 1961. En su
apartamento del bulevar Saint Jacques no había sillas ni cuadros, ni más
enseres que el propio vacío. Allí Suzanne cosía y daba clases de piano para
alimentarlo, pero Beckett también era una gran máquina de amar mujeres. Tuvo
muchas amantes. La más conocida fue Peggy Guggenheim, quien le creía un
escritor frustrado, pero muy atractivo a causa de su rareza, un tipo siempre
imprevisible, que se pasaba toda la mañana en su cama sin hacer nada. Cuando un
día esta judía millonaria se lo reprochó, él le dijo que se dedicara a comprar
pintura y que le dejara en paz. Entonces a Beckett comenzaron a salirle unos
granos en el cuello y, creyendo que era cáncer, se puso a escribir como si
braceara con la máxima furia contra la muerte. Arrástrate por el polvo, pero
hazlo luchando.
.
MANUEL
VICENT
Póquer de
ases
Alfaguara,
Madrid, 2009, págs. 36 y 37
No hay comentarios:
Publicar un comentario