Héctor Aguilar Camín
Recuerdo que coincidimos en una mesa redonda sobre cultura durante la campaña presidencial de Miguel de la Madrid, en el año de 1981. Los participantes habíamos sido invitados a esa mesa en la ciudad de Tijuana.
A la hora del reparto de los cuartos de hotel, a Rulfo le tocó un motel de mala muerte llamado El sombrero. Tan de paso era el hotel que el cuarto de Rulfo no tenía cerradura. Le dieron un gancho para que atrancara la puerta por dentro. El gancho era una percha de alambre de tintorería.
Al día siguiente, en el autobús atestado donde íbamos, Rulfo le cedió el lugar a Ángeles Mastretta, que había sido su alumna en el Centro Mexicano de Escritores.
Alguien gritó: "Ese es hombre, no pedazos".
Rulfo alzó la mano en agradecimiento.
Todavía traía en ella la percha de alambre que llevaba para demostrar lo que le había pasado en El sombrero. No fuera que no fuéramos a creerle.
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