miércoles, 30 de noviembre de 2011

Casa de citas / Thomas Bernhard


Thomas Bernhard
CITAS

En realidad, por las catástrofes no hay que preocuparse, porque ya vendrán.

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Todo hombre quiere al mismo tiempo participar y que lo dejen en paz.

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Se sabe que estar solo es mucho más agradable, pero por otra parte, no se puede estar solo.

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Cuando digo que no me importa un pimiento el pimiento, quiero decir que no me importa un pimiento.

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Cuando se está solo mucho tiempo, cuando se ha acostumbrado uno a estar solo, cuando se ha adiestrado uno para estar solo, se descubren cada vez más cosas por todas partes, donde para los demás no hay nada.

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Tus sentimientos no tienen valor si se te quedan dentro. Y tampoco tu protesta sirve de nada si nadie la oye, porque entonces te ahoga. Y uno palma. Eso tampoco tiene sentido. Por eso sale uno de casa y da a conocer su protesta.


T

Durante semanas no escribo nada. Meses, años. Pero de repente, otra vez hay algo. Entonces miro en el cajón, en mi cofrecillo de joyas. La verdad es que no hago otra cosa, abro una cajita fuerte, y ahí hay otra vez un manuscrito. De algún modo ha vuelto a crecer algo. Mientras la gente corretea por ahí tan contenta, escribir sobre ella no tiene interés. ¿Qué se puede escribir? Sobre todo, porque de todas maneras no es verdad lo que se escribe sobre nadie. Da igual que se escriba con mucha autenticidad la verdad sobre alguien o que se crea hacerlo, en cualquier caso será radicalmente falso. Al fin y al cabo, se trata sólo de la visión de uno, en el estado de ánimo en que escribe. Que media hora más tarde puede ser completamente distinto. Y luego viene además el que lo lee, que lo ve de una forma totalmente distinta.

T

Bueno, en aquella época escribía ya novelas, muy largas, de trescientas páginas, cosas increíbles, no. Una se llamaba “Peter va a la ciudad”, e iba yo por la página cien, y Peter estaba todavía en la estación. Así pues, entonces dejé de escribir, el plan era equivocado. Ni siquiera había llegado a sentarse en el tren e iban ya ciento cincuenta páginas. Economía, cero.

T

Desde hace quince años tiro todo lo que tiene un aspecto oficial o, en general, lo parece. Lo leo por encima, porque me interesa, y luego lo tiro y, naturalmente, no contesto. Me asombra verdaderamente que, cuando hace diez años que lo tiro todo, me sigan llegando cosas. Escasean un poco más, pero siguen llegando invitaciones francamente ingenuas. Sin idea de nada: nos agradaría mucho y todo eso y le pagaríamos tanto y esperamos noticias suyas… yo pienso: qué pobres son.
No me dejo arrastrar ya nada. Todo lo tiro al cesto de los papeles. Continuamente recibo invitaciones a congresos en Santander, en Salamanca o en Madrid, o en donde sea, es espantoso. Son reuniones sobre nada en especial, donde se encuentran con sus colegas. Durante ocho días se hinchan de comer, tienen a su disposición un coche con chofer, y han reservado un apartamento en el Hotel Palace. Pero pueden esperar sentados a que les responda.
Entonces no se lo creen, es muy curioso, no pueden imaginárselo, que alguien renuncie a ocho días de balde.

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Desde hace quince años no acepto ya premios. Ni premios ni nada. Pero la mayoría son astutos, porque te consultan antes. Eso resulta idiota también, porque entonces buscan a otro. Los honores son de todas formas una idiotez. Sólo tienen sentido cuando no se tiene dinero o se es joven, o se es viejo y no se tiene dinero. Cuando se tienen medios de vida como yo, no hace falta aceptar ningún premio. Los honores son una insignificancia, algo absurdo. Sólo conozco a gente horrible que los reparta. Cuando me imagino a Canetti, allí en la escalinata, de frac, y el rey sentado ante su plato ya vacío…
Nadie lo escuchó, pobre hombre.

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“Y luego me acuerdo de otra cosa, me concedieron una beca para estudiantes aventajados. Las publicaban en el Mozarteum, con los nombres, en una pizarra. Eran cinco mil chelines, en aquella época una suma enorme. Entonces vivía aún el viejo Paumgartner, presidente del Mozarteum. En aquella época yo escribía ya poemas para mí. Aparecieron ya poemas míos cuando estaba en uno de los seminarios. El libro se publicó ya entonces (Así en la Tierra como en el Infierno. 1957). Y todavía me acuerdo, beca para estudiantes aventajados, qué maravilloso, había que vestirse bien, porque los cinco mil chelines los entregaba en sobres blancos el propio residente, en su oficina, en la planta baja. Así pues, Bernhard, Thomas, pensé, qué maravilla, me puse pantalones y un jersey, no tenía aún chaqueta. Bueno, pues él los va repartiendo y se queda sin ningún sobre y yo sigo allí. Entonces me dice: “¿Y tú qué quieres?” Yo digo: “Bueno, no sé qué pasa, pero estoy en la pizarra.” Ay, era un error. Qué mala pasada, ¿no? Y él no supo ni hacer un chiste ni mostrarse amable. Me quedé allí como si me hubieran echado un cubo de agua por encima… le digo que son así de brutos. Se llaman gentes de cultura, les gusta dirigir serenatas y luego destrozan a uno. Me fui a casa y me quedé hecho polvo. Ese tipo de historias, y a la gente le importaba un rábano. Entonces, durante años, viví realmente sólo de gulasch, por eso estaba lleno de granos y tenía un aspecto horrible. Gulash y un panecillo negro, en realidad ésa era mi comida diaria, y por las mañanas me tomaba casi siempre unos litros de té, y por la noche no volvía a casa.”

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“A la Bachmann la quería mucho, era una mujer muy inteligente. Una combinación extraña, ¿no? La mayoría de las veces las mujeres son tontas, pero aceptables y, llegado el caso, agradables; inteligentes también, pero raras veces.
Sí, ella vivió mucho y conoció muchas sociedades, de arriba abajo y de abajo arriba como yo, así se tiene cierta visión. Sólo se es siempre el producto final de lo que se ha hecho, experimentado y visto. Y cuanto más intensamente se ha mirado algo, tanto más se ha alejado uno, lógicamente. Ver más significa huir más lejos. Porque se vuelve cada vez más peligroso. Cuanto más clara se vuelve una cosa, tanto más espantosa resulta. Y no queda más que poner pies en polvorosa, importa un pimiento que sea literatura o las personas, la naturaleza incluso…así son las cosas.”


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“El padre de la familia de ahí enfrente no me saluda, todavía hoy. Después de veinte años, nunca me ha saludado. Yo lo saludé durante los seis primeros meses, hasta que de pronto comprendí que no se puede saludar a alguien quinientas veces. Entonces renuncias. Le pregunté un día al hijo: “Bueno, ¿por qué no me saluda?” Me dijo que su padre no podía olvidar que yo no era agricultor. Un odio atávico. No fue fácil. (…)

T

No todo es tan inofensivo como parece. Un día vuelvo de Viena, y había un papel ahí, ablandado por la lluvia. Entonces pensé: ¿qué es esto, del juzgado? Y ponía: Comisión de Establecimientos de Cría de Cerdos. Y resultaba que un vecino que quería construir unas instalaciones de engorde de cerdos a diez metros de mi casa, porque sus tierras están muy próximas, me hubiera arruinado por completo. Y en el fondo su intención era llevar la cosa hasta la fase de proyecto, y decirme entonces que, si le daba algo, no lo haría. Así son mis queridos vecinos. Lo siguen siendo. Y eso no hay que olvidarlo a pesar de sus caras amables.”


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“Allí en Portugal hace veinte grados sobre cero y aquí veinte grados bajo cero… cuarenta grados de diferencia. Y luego allí se come tan bien, mientras aquí no se puede ir a ninguna parte, todo es una porquería y una bazofia, aunque sea supuestamente tan bueno. Eso no es nada en comparación con lo que hay allí abajo, en cada chiringuito. (…)
Y aquí le ponen a uno siempre esos asquerosos manteles en los que todo el mundo se ha perpetuado. Los sacuden cuando uno se levanta y los vuelven a poner. Y en Portugal, en cualquier chiringuito, le ponen a uno como cosa natural al menos un papelito blanco. Pero un papel nuevo para cada huésped, mientras aquí en Austria encuentra uno mocos sobre el mantel, secos de semanas. Aquí le ponen a uno todo lo más servilletitas de Meinl o Eduscho, es decir horrores de propaganda, allí se cocina con amor y se vive con amor.”

T

“Hay que llegar a todo por sí mismo. Uno no tiene ninguna tarea ni nada parecido. Tareas tienen los colegiales y los que obedecen a sus maestros.”




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