Triunfo Arciniegas
LA MUCHACHA Y EL GATO
Nausícaa encontró a Ulises en el bar de Circe y al gato en el callejón sin luz. Eran animales desamparados. Ulises vendía una jaula dorada porque se le habían muerto los pájaros, y el gato agonizaba, mojado y maloliente, entre cajas de cartón despedazadas y botellas vacías. “Amanecieron tiesos y abrazos”, explicó Ulises. Nausícaa compró la jaula y recogió al gato en una bolsa de papel después de limpiarlo con su falda. Ulises se quedó en la tercera cerveza y el retrato de una mujer hermosa. Nausícaa curó al gato. Al amanecer, borracho, Ulises maldecía en el parque un nombre de mujer, y Nausícaa dormía plácida.
Ulises era triste y hermoso, como un dios apaleado. Se consolaba con el cuerpo de Nausícaa, y bebían la dicha sagrada. Las bicicletas, las hojas secas en el parque, las sábanas y los cuerpos desnudos, la ventana y la pereza de las tardes eran el mundo de Nausícaa. Y el gato. Ulises le dio el nombre al gato: Telémaco. Se dejaba limpiar las uñas, limar las uñas, pintar las uñas, lamer. El gato era gris y bello, ágil, y detestaba los pájaros. Nausícaa, gozosa, le llenaba el platito de la leche tres veces al día. Se enroscaba en sus piernas. Venía a despertarla.
Una mañana despertó a Nausícaa por última vez. Lo sintió tiritar a través de las cobijas, entre los muslos abiertos: agonizaba. Se desprendió del sueño asustada y le hizo beber agua tibia. El animal vomitó, subió las escaleras como un gusano acuchillado y murió antes del mediodía. Nausícaa perdió la risa. No bajó a almorzar. No peinó sus cabellos ni pintó sus uñas. Como otro día, secó con su falda y envolvió en la bolsa de papel el cuerpo del gato. Recogió sus piernas y se abrazó. “Nausícaa, ven”, le gritaron. No podía. Era una suave estatua sin consuelo. El cartero, en su vaca de metal, trajo una carta verde de Ulises: había encontrado a Penélope y le pedía la jaula para sus pájaros. Nausícaa dejó de llorar.
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