viernes, 29 de marzo de 2019

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Emma Reyes
EL LOCO

Una noche me mandaron sola al solar para buscar el balde del agua, yo lloraba del miedo, iba caminando en la punta de los pies y contra las paredes, casi sin respirar, con el oído atento al más mínimo ruido, ya había atravesado el teatro y, cuando estaba pasando las primeras piezas de madera, donde estaban los disfraces, sentí dos manos gigantes que me apretaron de la cintura y me levantaron en el aire. Como cuando abandonamos al Niño, me quedé muda, no me salía ni un ruido de la boca y sentía como una piedra en la garganta que me ahogaba. Al principio tampoco vi nada, sentí que las manos me descendían de nuevo hacia el piso, fue a ese momento que mi cara se encontró frente a frente con la cara del loco; los ojos saltados, una barba negra enorme, la boca abierta, sin un solo diente, me siguió descendiendo dulcemente y vi que su cuerpo estaba completamente desnudo, me acostó muy suavemente sobre el piso y se arrodilló junto a mí y empezó a besarme la cara. Yo sentía que los pelos de su barba me entraban por la boca, la nariz, los ojos, los oídos, trataba de darle puños y patadas, pero sus grandes manos eran más fuertes que mis piernas y mis brazos. A ese momento vi aparecer una luz contra la puerta del solar, eran las dos hermanas con una lámpara que lo estaban buscando. Cuando las vio se levantó como un resorte, yo seguía tendida en el suelo, ellas se iban acercando muy despacito y lo llamaban con una voz muy dulce, él seguía parado frente a mí, mirándome fijamente. Cuando vio que ya se acercaban, tomó su pipí con las dos manos e hizo pipí encima de mí, rociándome de la cabeza a los pies, como si fuera una planta. Cuando terminó, sin decir ni una palabra se acercó a ellas con una gran sonrisa de alegría. 
Una de las viejitas me alzó y me llevó donde la señora María y le dijo que ella no debería dejarnos salir solas en esa casa tan grande y menos de noche, que si ellas no hubieran salido quién sabe lo que me hubiera pasado. Helena se puso a desvestirme y me lavaron toda hasta la cabeza, siempre ayudadas por la viejita que seguía discutiendo con la señora María.

Emma Reyes
Memoria por correspondencia
Bogotá, Laguna Libros, 2012, pp. 86-87


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