Liset Lantigua
EL DOLOR
Acabé de leer "El dolor", de Marguerite Duras. Pamela me lo regaló por mi cumpleaños. Yo nací en enero. El libro había estado muy en la superficie de otros pendientes porque venía de ella -de Pamela- y porque amo la obra de Duras. El tiempo, experto como en en desgranar imprevistos, volvió a hacerlo, y desde entonces lo he venido haciendo (yo, el tiempo no tiene la culpa) todo mal, eficientemente: insomnios, balances, porqués y más porqués archirrespondidos sin inocencia... En el equipaje de la cirugía puse El dolor, y lo tomé tras ese primer día de un verde oscurísimo, capaz de engullir a la noche con una bocanada de abandono, mientras luchaba por emerger de la anestesia. Pensé en lo patético de despertar con esa palabra sobre mi vientre, sobre sus remiendos. Dolor. Pude tomar otro libro -no deseaba leer nada-, deseaba no ver las paredes, no escuchar, no sentir, y en esa falta de deseo unánime me dio por leer. El pequeño, le dije a mi mamá, y entré en esa historia sagrada para Duras: "Esta noche pienso en mí. Nunca he encontrado una mujer más cobarde que yo. Recapitulo, de las mujeres que esperan como yo, ninguna es tan cobarde". Pienso en el mar (mi mar de siempre) y también me duele. Lo ya acontecido en la literatura antepone esa liviandad que nos resguarda: ya sufrimos por estas cosas, y no es así. En el libro, el dolor es una reinvención espontánea, abrasadora e inevitable: "Entre el momento en que abro la puerta, y el momento en que nos encontramos de nuevo frente al mar, yo he muerto. En una especie de supervivencia veo que el mar es verde, que hay una playa un poco anaranjada, la arena. En el interior de mi cabeza, la brisa salada que impide el pensamiento. Yo no sé dónde está él en el momento en que yo veo el mar, pero sé que vive. Que está en algún lugar de la tierra por su lado, respirando". La humanización del dolor reclama una gestualidad, unas presencias, un pedir por... es un acto en sí contra la palidez, un rubor acuarelado sobre el sufrimiento... Acabé de leer este libro que puso Pamela en mis manos y respiro desde una profundidad desconocida, que en el trayecto es limpia y luego triste y termina en triste, y pienso en el no-recuerdo provocado, útil, aunque incapaz de borrar que fui un cuerpo (indigno, sin alguna singularidad) tan solo un cuerpo por unas horas, y por pura inocencia añado que lo fui a cambio del mar otra vez, es decir: de los que amo, y esto último con la mayor de las certezas.
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