De izquierda a derecha: Germán Santamaría, William Ospina, Carlos Orlando Pardo y su esposa, y Jorge Eliécer Pardo. |
Los 70 de mi hermano
Mi hermano Carlos Orlando acaba de cumplir 70 años: yo también. Hemos crecido como gemelos. He recibido los amores de la gente que lo ama, como míos. Son míos. Como nuestra madre y familia, nuestros libros y sueños. Como buenos gemelos tenemos diferencias. Por ejemplo, a mi me gusta el rockandroll y a él los boleros. Yo llevo el pelo largo desde hace muchos años, él lo lleva bien peinado y lo ha perdido más que yo. Él empezó primero en la literatura, yo lo imité, lo emulé, lo sigo, sin alcanzarlo plenamente. Es más generoso que yo, secretamente ayuda a muchos, poetas y no poetas, como mi padre. He aprendido eso de ellos pero no he llegado a sus excelencias. Hemos tenido creencias políticas diferentes, pero nos hemos encontrado en lo fundamental: el humanismo, los derechos humanos y el arte y la literatura como formas de liberación. Busca lo mejor de los libros de sus amigos, rescata y comparte ese deleite placentero de un texto. Generoso conmigo, con mis narraciones, a veces supurantes y llenas de historias demasiado tristes que no quiere leer. Lo comprendo, su frágil corazón lo hace acercarse más a la felicidad esquiva que al dolor histórico. Sibaritas y gocetas los dos. Amantes adúlteros de la buena mesa, los viajes y la música. Sus canciones y poemas secretos también nos unen en la placenta del romanticismo y la lloradera. Hemos pasado tardes enteras hablando de literatura, de un autor o una novela, con el gusto que ya no se encuentra en ninguna parte. Me ha enseñado a no ser tan rígido, duro con mis contemporáneos porque es como serlo conmigo.
De niño me defendió a puñetazos de los más grandes del curso que me bolearon mi maletín de vocales y lo dejaron en un charco pestilente. Las letras se las comió el barrizal y me di cuenta de que contaba con mi gladiador particular. Hasta ahora.
En El Líbano compartimos las novias de la primera juventud y las lágrimas por los primeros sacrificados por la violencia. Me impuso como carrasquero en el murga Los monarcas del ritmo, y me creí cantante, uno de mis sueños que me falta por hacer y que, seguramente, lo haré en los coros celestiales. La palabra, que es como decir, la poesía, nos acompaña en el ya largo camino por los libros nuestros y ajenos, por el trabajo cultural que él ejecuta más que su gemelo. Por eso estoy orgulloso con su premio, que también me pertenece.
Hemos vivido mucho más de lo que nos falta por vivir y ojalá sea él el que diga las palabras en mi despedida, porque soy un gemelo que se niega a esos dolores.
Me ha dicho que se siente muy bien con sus primeros 70 y golpeamos el vaso con whisky. Mi gemelo, mi otro, me habita y me deja entrar en su casa-existencia. Él el sístole, yo el diástole, él el arriba, yo el abajo, él el oriente, yo el occidente, él el norte, yo el sur, él la cara de la moneda, la máscara griega que ríe, yo el caminante, él el camino. Me celebro, me canto, como Whitman, quizá la vida nos permita ver el mismo atardecer, mirar su árbol frondoso, las carreras nerviosas de las ardillas y sentir que la vida valió la pena.
Jorge Eliécer Pardo
Febrero 2017
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