miércoles, 30 de agosto de 2023

Un personaje / Grigori Yakovlevich

 





GRIGORI YAKOVLEVICH


El hombre que transita por las calles de San Petersburgo con cabello alborotado, barba descuidada y desgastados zapatos no es un vagabundo; es en realidad Grigori (Grisha) Yakovlevich Perelman, el genio matemático ruso que conquistó uno de los enigmas más intrincados y persistentes en la historia de las matemáticas: la Conjetura de Poincaré. 

En el año 2003, Perelman desconcertó a la comunidad académica al publicar una serie de artículos que validaban la conjetura, una interrogante que había dejado perplejos a los matemáticos por más de un siglo. Por este logro sin precedentes, el Instituto Clay lo galardonó con el codiciado Premio del Milenio, que conllevaba un premio en efectivo de un millón de dólares. Sin embargo, en un acto que desafió las convenciones y expectativas, Perelman declinó el premio, argumentando: "Si la solución es correcta, ningún otro reconocimiento es necesario". 

Su relato ha adquirido proporciones míticas en la contemporaneidad. Hasta este día, la Conjetura de Poincaré se mantiene como el único de los siete problemas del milenio que ha sido resuelto. A pesar de sus extraordinarias contribuciones, Perelman ha esquivado los reflectores públicos y ha evitado todo contacto con sus colegas en el ámbito matemático. 

Rompiendo con los cánones de la comunidad científica, Perelman eligió un estilo de vida caracterizado por el aislamiento. Su enfoque ascético y eremita hacia tanto la vida como la ciencia es tan excepcional que ha servido de inspiración para la nueva generación de jóvenes rusos. En San Petersburgo, no resulta infrecuente toparse con camisetas que ostentan su imagen acompañada de la leyenda: "No todo puede comprarse". 

Esta historia pone de manifiesto que los logros científicos trascendentales no siempre guardan concordancia con la fama o el reconocimiento social. Perelman personifica una paradoja dentro de la ciencia moderna: un individuo que alcanzó la cúspide del saber matemático mientras rechazaba los galardones y los aplausos que normalmente acompañan tales hazañas. En su soledad, halló la eficacia y la concentración necesarias para alterar el rumbo de las matemáticas de manera irreversible. 

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