Triunfo Arciniegas
UN MES DE DICHA CON CATA
24 de mayo de 2021
A mediados de abril, Cata, dueña y señora de Cuatrovientos, vino a visitarme, con Mío, hijo de una gata callejera que va a comer a casa de René, y decidió quedarse. La extrañaba.
Vamos bien, de maravilla, pero no me respetan. Cuando me tiendo a leer o ver Netflix, Cata y Mío se trepan a ronronear sobre mi pecho. Exploran las bibliotecas y de pronto desacomodan algún libro. Duermen donde se les da la gana. Mío corre como loco por toda la casa y parece más un ratón que un gato. Se trepa por mis aruñadas piernas y busca un rincón en mis brazos. Cata, toda una dama, aparte de dulce, es muy tranquila. Me sigue a todas partes y a menudo se tiende detrás de la pantalla cuando voy al estudio. Ya no se acomoda sobre el teclado como antes y deja trabajar.
Mío, que hace poco cumplió dos meses (Piscis del 6 de marzo, como García Márquez) ya hizo amistad con Toto en la azotea. A menudo lo encuentro lleno de babas. Con Cata, tan cautelosa, el asunto apenas comienza. En esta casa no hay solar pero al menos tenemos una azotea de más de cien metros cuadrados y quiero que los tres la compartan. O los cuatro, si me incluyo, animal desolado, bebedor de relámpagos.
Toto, obsequio de la negra Eufemia, me acompaña desde hace unos siete años. He sido más de perros que de gatos, desde niño. De perras, sobre todo. Podría escribir un libro sobre las perras de mi vida.
Adoraba a los gatos desde lejos y, como prueba, en mis páginas se cruzan a cada rato. Su belleza, su plasticidad y su independencia me resultan fascinantes. Así que Cata es la primera en carne y hueso y fue un amor lento pero demoledor. Creo que demoré dos meses para concretar el acercamiento. Cuando la descubrí rondando la casa, en Cuatrovientos, comencé a dejarle comida al fondo del solar. La devoraba a escondidas. Acerqué el plato a la casa centímetro a centímetro y Cata, flaca y muerta de hambre, siguió viniendo, hasta que entró a la cocina. Verla comer dentro de la casa fue tan emocionante. Luego logré que se quedara a dormir. Empezó a explorar los espacios pero no se atrevió a visitar mi dormitorio. Se necesitaron más de dos meses, mucho más de dos meses, para que lo hiciera. Un montón de veces desperté y la vi en la puerta, bella e inalcanzable, misteriosa y profunda
Siguió tan salvaje e independiente. Acostumbrado a la sumisión de los perros, me encantó la experiencia. Pronto se supo quién era la dueña y quién el esclavo. Cata desaparecía con cualquier visita. Hablaba de ella pero era imposible señalarla. Hasta pensé que pensarían que me la había inventado. Casos se han dado. Nada raro después de tanto inventarme mujeres.
No puedo precisar cuándo subió a mi cama ni cuándo empezó a aparecer con las ofrendas: un ratón o un pájaro o una lagartija.
Lo cierto es que caí rendido, sin remedio, para siempre.
Cata, mi cielo.
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