sábado, 8 de diciembre de 2018

Triunfo Arciniegas / Diario / Paisaje de pierna




Triunfo Arciniegas
PAISAJE DE PIERNA
Cuatrovientos, 7 de diciembre de 2018


El paisaje de la pierna cambia cada día. El lila y los azules serían el delirio de cualquier acuarelista. Pero la procesión va por dentro. Entiendo que hay clavos y tornillos y que el hueso terminará soldando. La droga ha disminuido. También el dolor y la inflamación. Con tal de aliviarme, tenía el firme propósito de volverme marihuanero, pero no fue necesario. Ya perdí la preciosa oportunidad. Lo reconozco: estoy mal de relaciones. Al parecer, vivo rodeado de intelectuales zanahorios, maldita sea. En el país de la marihuana no levanté un cachito. Veo que la vida pasa y se me están escapando las perdiciones: nunca asalté un banco ni le mordí la oreja a una monja.

A tres semanas del accidente y a dos de la cirugía, así están las cosas.

Muevo la pierna y me baño solo. Antes no podía mover la pierna un solo centímetro sin una mano ajena, en una operación milimétricamente coordinada. Mientras René o Alejandra giraban el pie, me acomodaba sobre el costado izquierdo para aliviar el dolor de la espalda. Ahora voy solo en silla de ruedas al baño y allí me defiendo con un caminador. Con las muletas terminé enredándome y tuve un resbalón algo patético. Tantos resbalones que he tenido en la vida que mejor ni cuento.

La gente que ha padecido una enfermedad grave o un accidente de ciertas dimensiones, sabe con qué facilidad un hombre hecho y derecho se convierte en un bebé grande, en un monstruoso bebé de ochenta kilos, en mi caso, porque se llega al extremo de depender de los demás hasta para los asuntos más elementales y las necesidades más primarias del cuerpo. Al principio ni siquiera se puede orinar sin la ayuda ajena, carajo, mucho menos ducharse o lavarse los dientes. El pisingo es el más maravilloso de los inventos del hombre.

Lo que quiero decir es que la dignidad se pierde y uno se siente absolutamente miserable.

Mi madre, debido precisamente a una cirugía, pasó los últimos catorce años de su vida en silla de ruedas. Su cuerpo se deterioró año tras año, las infecciones aparecieron como perros hambrientos, hasta que no pudo más y se borró de esta tierra de nadie. Dejamos de ver el dulce paisaje que era ella, el más hermoso de los paisajes de este mundo, y nos quedamos balanceándonos en la frágil cuerda de los días y las noches de los desamparados.

Ahora soy mayor que ella. Ahora soy más viejo que mi propia madre.

Conservo la imagen de mi hermano Darío, camino al baño, llevando en brazos a nuestra madre desnuda. Duele. Una bebé envejecida de prisa. Duele más, como un cuchillo bajo las uñas. Aparté la mirada al instante, pero la imagen sigué ahí, por siempre, aferrada como una garrapata, como llaga y mendigo. Como garraputa, diría.

Somos parameros, extremadamente pudorosos. Pertenecemos a los misterios de la niebla. La desnudez entre nosotros es un asunto de la intimidad. Eso de salir al mundo en pelota no se usa en esta familia.

Al día siguiente de la cirugía en la Clínica San José, una enfermera madrugó a bañarme. Desnudarme no fue difícil. Nunca lo ha sido, dirán por ahí las amantes perdidas. Seguía con esa pinche bata de hospital abierta por detrás que deja el culo al aire. Delirio de violadores, imagino. La enfermera me envolvió la pierna en una bolsa plástica y me bañó como si nada. Hablamos de sus hijos. Y de la dificultad de conservar un marido. Un poco más y ahondamos en la carestía de la vida y la malparidez del gobierno.

Horas después pasó a revisarme. Dijo que le enseñara la herida, la pierna fracturada, para renovar los vendajes. "Ya le mostré todo, la pierna es lo menos", le dije. Y soltó la risa.







1 comentario:

beatriche dijo...

..conmovedor.
Y còmo quedò tu pierna?