Triunfo Arciniegas
Contracorriente
18 de junio de 2018
La oposición a Petro me costó como 200 "amigos". No eran tan amigos, si se piensa bien, y mucho más ahora que disfruto del alivio: ya pasó la pelotera. Un mal menor, desde luego, la mayoría de estos supuestos amigos ni siquiera sé quienes son.
Me dijeron de todo, hasta traidor. ¿Traidor? Jamás me ha simpatizado Petro, ni él como persona ni su política de socialismo y expropiación ni su delirante idea del salto al vacío, la misma que mantuvo hasta en el discurso de la derrota. Al contrario de tantos, puedo decir que me he mantenido firme. Desde antes del comienzo de la campaña aposté a un solo propósito, simple y elemental: que no ganara Petro. Otros dijeron que mejor me dedicara a escribir y otros que soy mal escritor. ¿En fin qué? Y los más ignorantes, que tengo cultura de Facebook. Ojalá conocieron mi biblioteca, para empezar. Pero, como sabemos, la costumbre es matar al mensajero.
Me dijeron de todo, hasta traidor. ¿Traidor? Jamás me ha simpatizado Petro, ni él como persona ni su política de socialismo y expropiación ni su delirante idea del salto al vacío, la misma que mantuvo hasta en el discurso de la derrota. Al contrario de tantos, puedo decir que me he mantenido firme. Desde antes del comienzo de la campaña aposté a un solo propósito, simple y elemental: que no ganara Petro. Otros dijeron que mejor me dedicara a escribir y otros que soy mal escritor. ¿En fin qué? Y los más ignorantes, que tengo cultura de Facebook. Ojalá conocieron mi biblioteca, para empezar. Pero, como sabemos, la costumbre es matar al mensajero.
Eliminé los insultos del muro, ni masoquista que fuera para leerlos cada vez que entro al Facebook.
Creo que lo más detesto de toda esta pelotera es la pretendida superioridad moral de algunos debido a su apoyo a un candidato. Y peor aún, si entramos en materia. Tipos que hicieron negocios y fortuna con los peores políticos de este país apoyaron a Petro y se las dieron de decentes. Pronto los veremos ejerciendo cargos y haciendo tratos con el gobierno que repudiaron. Hoy los vemos en un bando, mañana en otro.
Decencia y política, agua y aceite.
No aspiro a ningún cargo ni lo necesito. No busco beca alguna. Como perfil mantuve durante las últimas semanas un letrero: "Petro no será su presidente. Ni el mío tampoco". Como ya no es necesario, lo cambié esta semana por una foto de la familia: dos de mis doce hermanos, mi hijo René, un par de sobrinos y mi padre. Parecen una banda de rockeros. Puro heavy metal: papá y mis hermanos son herreros. En fin, la familia es lo que queda. La familia es lo que importa.
Vivo entre Pamplona y Cúcuta y todos los días veo venezolanos camino al exilio: familias destruidas por un catastrófico experimento político, el salto al vacío del chavismo. Todos los días. Duele ver en carne y hueso -más hueso que carne- tantas víctimas del socialismo del siglo XXI. Van por la orilla de la carretera con una botella de agua, arrastrando una maleta o apretando un bulto contra el pecho, sin saber dónde dormirán o qué harán si se enferman. Caminan hasta que no pueden más. Se tienden a la sombra de un árbol. De pronto alguien los socorre. La semana pasada vi gente en un Renault 12 blanco repartiendo comida. Un dato preciso: entre Pamplona y Cúcuta hay setenta kilómetros y un carro los recorre en hora y cuarto. Quien ahora haga ese trayecto, de día o de noche, puede cruzarse con cien o ciento veinte venezolanos camino al duro ejercicio del exilio. Cuando salgo a pasear el perro, a las tres o cuatro de la mañana, no es raro encontrar unos cuantos venezolanos amontonados en una esquina o caminando de un lado a otro para combatir el frío.
Sigo en casa, sigo con los míos. Nos hemos salvado del salto al vacío.
Gracias, Abi.
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