Ilustración de Nibaldo Guerra Figueroa |
Alberto Moravia
LA NOSTALGIA DEL PARAÍSO
Desideria: Me contempló largamente, y luego, como atacado por vértigo, poco a poco, inclinó el busto y la cabeza hacia mi regazo. Pero la lentitud de la caída me indujo a engaño sobre la naturaleza del vértigo que la provocó. Esperaba un contacto dulce y gradual; mas, por el contreario, de repente la dulzura se trocó en furor; su frente chocó duramente contra el hueso de mi pubis, con una violencia rabiosa e impotente, como de quien sabe por anticipado que su deseo no puede ser escuchado.
Yo: ¿Y luego?
Desideria: Por lo general, en el amor oral, uno solo de los amantes experimenta el placer físico directa y corporalmente; el otro extra su gozo de la conciencia de provocar el placer de su compañero. Pero, como pude darme cuenta inmediatamente, en el caso de erostrato y de mí no era así. Comprendí que Erostrato no buscaba su propio placer, aunque fuese a través y por medio del mío, sino alguna otra cosa cosa que no acertaba a definir.
Yo: Trata de definirla.
Desideria: Algo oscuro y doloroso, desesperado e imposible. Luego él, sin interrumpir el beso, empezó a gemir con un extraño lamento, como por un deseo justo y profundamente sentido que, sin embargo, se sabe de antemano que no puede ser satisfecho. Entonces, finalmente, comprendí.
Yo: ¿Qué comprendiste?
Desideria: Comprendí que gemía como quien se encuentra expuesto al frío, al miedo, al desconsuelo y a la soledad, llama a una puerta y no se le abre. Quería penetrar dentro de mí, no ya a la manera del amante, sino como penetraría o, mejor dicho, volvería a entrar, si fuese posible, un recién nacido que se negase a vivir y quisiera volver de nuevo al interior del vientre materno y regresar hacia atrás, atravesando toda la serie de transformaciones a cuyo través pasó antes de nacer, antes de convertirse en embrión, en germen, en nada. Como ya he dicho, este significado acudió a mi mente cuando, tras haber chocado su frente contra el pubis, precisamente como quien llama, frenético, contra una puerta que permanece cerrada, empezó a gemir. En efecto, no era en realidad un gemido de placer, aunque indirecto y mediano, sino un lamento de fúnebre nostalgia, de oprimente aspiración.
Alberto Moravia
Yo: ¿Y luego?
Desideria: Por lo general, en el amor oral, uno solo de los amantes experimenta el placer físico directa y corporalmente; el otro extra su gozo de la conciencia de provocar el placer de su compañero. Pero, como pude darme cuenta inmediatamente, en el caso de erostrato y de mí no era así. Comprendí que Erostrato no buscaba su propio placer, aunque fuese a través y por medio del mío, sino alguna otra cosa cosa que no acertaba a definir.
Yo: Trata de definirla.
Desideria: Algo oscuro y doloroso, desesperado e imposible. Luego él, sin interrumpir el beso, empezó a gemir con un extraño lamento, como por un deseo justo y profundamente sentido que, sin embargo, se sabe de antemano que no puede ser satisfecho. Entonces, finalmente, comprendí.
Yo: ¿Qué comprendiste?
Desideria: Comprendí que gemía como quien se encuentra expuesto al frío, al miedo, al desconsuelo y a la soledad, llama a una puerta y no se le abre. Quería penetrar dentro de mí, no ya a la manera del amante, sino como penetraría o, mejor dicho, volvería a entrar, si fuese posible, un recién nacido que se negase a vivir y quisiera volver de nuevo al interior del vientre materno y regresar hacia atrás, atravesando toda la serie de transformaciones a cuyo través pasó antes de nacer, antes de convertirse en embrión, en germen, en nada. Como ya he dicho, este significado acudió a mi mente cuando, tras haber chocado su frente contra el pubis, precisamente como quien llama, frenético, contra una puerta que permanece cerrada, empezó a gemir. En efecto, no era en realidad un gemido de placer, aunque indirecto y mediano, sino un lamento de fúnebre nostalgia, de oprimente aspiración.
Alberto Moravia
La vida interior
Barcelona, Plaza & Janes, 1979, pp. 205 - 206
Traducción de Juan Moreno
Barcelona, Plaza & Janes, 1979, pp. 205 - 206
Traducción de Juan Moreno
No hay comentarios:
Publicar un comentario