Triunfo Arciniegas
Por Italia como alma en pen
2 de marzo de 2025
En el puesto de atrás un viejo ronca y, adelante, dos muchachas italianas no dejan de hablar. No sé cuál es peor. El volumen de los tres es demasiado.
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El autobús se detiene diez minutos en un Mc Donald’s, donde todo vale tres veces más. Por suerte, el baño es gratis.
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Pasamos a medianoche por Rimini, donde nació Fellini.
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Tantos lugares que uno no sabe que existen y que nunca visitará. Toda la gente que jamás conoceremos y las historias que no fuimos.
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Venecia: las rodillas de los viejos luego de los numerosos peldaños de los numerosos puentes, los adoloridos pies de las damas que insisten en usar tacones, los besos de los enamorados. El agua, tan agradecida en las fotos, embellece y distingue a Venecia.
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De pronto uno es muy viejo para volver a Venecia. Vendrán otros, con sus amores, con sus penas.
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Madruga la gente que trabaja y mantiene la extraordinaria dinámica de la ciudad. Los turistas se levantan tarde, luego del alcohol, el sexo y la comida, y se acuestan tarde, por supuesto, ebrios de dicha. Para los madrugadores es su sitio de trabajo. Pasan frente a los bellos edificios y cruzan los puentes sin admiración alguna.
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De pronto uno es demasiado viejo para salir de casa. Y sólo le resta el último viaje. El boleto ha sido comprado.
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En italiano no existe una palabra para bombero. En cambio, bordeando la poesía, dicen “vigile del fuoco”.
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Uno siempre regresa a casa cuando no es capaz de conquistador el mundo. Lo leí en alguna parte. Los romanos salían a conquistar el mundo precisamente para volver a casa. Soñaban con volver a Roma con el botín arrebatado a los pueblos sometidos, con los esclavos, con la gloria de ensanchar el imperio. Roma, la capital del mundo de ese entonces, el centro y la razón. Tanto que el exilio era el más cruel de los castigos.
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A una de las muchachas parlanchinas se le enredó el pantalón en mi bota izquierda y fue motivo de risas. Por un momento estuvimos enredados. Fuimos un solo y eterno nudo. O nido. Por desgracia, ese momento terminó. Me mira de vez en cuando. Tal vez la he mirado demasiado. Debe pensar que soy un viejo pervertido. No se equivoca.
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El Italiano de la ventanilla se baja y tomo su lugar. Más adelante viene a ocupar el mío una bella japonesa. Ni siquiera intento una conversación. ¿En qué idioma lo haría? Las estadísticas demuestran que de diez japonesas bellas ignoran el español exactamente diez. Se duerme pronto. Hasta Mestre estaré en el país de las bellas durmientes de Kawabata.
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Hace muchos años soñé que había llegado a Italia. Era redonda y con pisos que se empequeñecían a media que subían, como la torta de una fiesta con muchos invitados. Fue un despertar dulce.
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Me quedo en Mestre. Una hora después tomo el tren y llego a Venecia diez minutos después, justo a tiempo para contemplar el amanecer.
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