Triunfo Arciniegas
TOTO EN LA MANCHA
17 de julio de 2022
Se va Toto a pasar una larga temporada en La Mancha. Unos cuantos viajes pendientes me alejarán de casa por lo menos tres meses. Así que Toto se quedará con mi hermano Jaime y sus perros. Sé que allá estará muy feliz. Mi hermano con los animales es más dedicado y amoroso, por no decir que más sabio.
Hemos pasado el día juntos. Esta madrugada salimos a caminar por la vía a Málaga. Estaban quemando pólvora en honor a la Vírgen del Carmen, pero ni Toto ni yo practicamos esta superstición. Son los mismos que luego adornarán los autos con globos de colores y los harán bendecir por un cura de escasa reputación. Qué pendejada. Si los curas bendicen hasta los tanques de guerra, ¿qué más puede esperarse?
Caminamos un rato y en perfecta soledad, lejos de la estupidez colectiva, contemplamos el amanecer. Entonces, mientras tomaba algunas fotos, me empezó el episodio del hipo.
Luego nos fuimos en la camioneta a La Mancha, que queda a una distancia de siete rancheras de José Alfredo Jiménez. Tomé las medidas del portón y le di una mirada al sitio donde haremos el puente peatonal. Llamé a Jaime desde la orilla del río y le envié un par de mensajes, pero no funcionó ni lo uno ni lo otro a pesar de que estábamos a menos de ochocientos metros.
Me fui a desayunar a la casa de Reyes, y al rato apareció Jaime con Milena y Camilo, los sobrinos, los juiciosos hijos de Nelly. “Llegaron los castradores”, dije, bromeando. El trabajo lo hace Milena y los otros son o somos los ayudantes. Improvisamos el consultorio en el corredor, sobre un pupitre, y atrapamos el par de gatos. Uno de ellos es el padre de Nino, y ya no lo será de nadie más. Luego trajeron un perro. Es una labor que Milena realiza gratis en la vereda, donde la quieren mucho, por supuesto.
Después fuimos con Reyes a escoger y tumbar el árbol para el puente. Terminamos a las tres de la tarde. Del árbol propiamente se encargaron Reyes, Jaime y Camilo. La doctora Milena y yo, el Sapo Máster, terminamos conformando el comité del guarapo y vigilancia de la carretera. Un comité muy estudiado, modestia aparte. Tuvimos la sagrada misión de evitar que los obreros pasaran sed y que el árbol aplastara autos y peatones. Una vez derribado el árbol, de más de veinticuatro metros, y partido en dos trozos de once metros, que terminaron a la orilla de la carretera, me encargué de arrastrarlos con la camioneta hasta La Mancha, es decir, al frente. Aparte de una pierna golpeada y una uña lastimada, todo salió bien. Nos divertimos.
Me despedí de Toto, que me lamió hasta las orejas. Jaime y los sobrinos se fueron a una fiesta de cumpleaños donde Genaro y me quedé a almorzar con Reyes en su casa. Rosalba nos había preparado pollo con papas y arroz. No comí casi nada, azotado por el hipo.
Luego de siete rancheras estaba de nuevo en casa.
Con el hipo.
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