Autorretrato Guadalajara, Jalisco, México 5 de diciembre de 2016 |
Males y dichas
Ciudad de México, 6 de diciembre de 2016
Se me fueron dos días para trasladarme de Guadalajara a Coyoacán: lunes 5 y martes 6. La gripa y la tos, casi siempre la debilidad y a veces el desánimo, me mantienen azotado. Me duele todo, menos la conciencia: estos males aztecas vienen con cuchillo de pedernal. Me enfermé precisamente el primer día de la Feria del Libro de Guadalajara. Otra vez enfermo en un cuarto de hotel, maldita sea. Día tras día cumplía con los compromisos, charlaba con los lectores y los editores, esculcaba y compraba libros, y volvía a la cama, hecho un trapo. Me perdí la programación nocturna: las fiestas y los conciertos. El cuerpo no daba, y sobre todo temía las consecuencias del día siguiente. De todas formas, contra viento y marea, hice mi mejor feria. Se dieron las cosas como por arte de magia.
El vuelo de regreso a Ciudad de México se retrasó como cinco horas: ni siquiera dieron explicaciones o presentaron disculpas, como si los pasajeros estuvieran todos dispuestos a viajar a la hora que la aerolínea se le dé la gana, y ni siquiera ofrecieron un vaso de agua. Se me hizo de noche en el aeropuerto Benito Juárez y preferí quedarme en un hotel del centro. Traía una maleta muy pesada, esta maldita manía de viajar con la casa a cuestas. Soy un caracol que lee. No había cupo en el Hotel Diligencias, pero me guardaron el equipaje mientras buscaba una cama donde pasar la noche. Dormí o traté de dormir, y en la mañana, temprano, hice algunas fotos en la Plaza Garibaldi. Quería rendir mis respetos a Juan Gabriel, sobre todo, y al cantante de mi madre, Javier Solís. José Alfredo Jiménez sigue tal cual, muy cerca del Tenampa, la cantina de donde tantas veces lo echaron. Desayuné con atole y torta de rajas, una especie de tamal que se sirve en un pan abierto cuyo interior arrojan a la basura. Luego coticé cámaras de fotografía en Donceles, muy famosa por sus librerías de viejo, y busqué libros de diseño para Alejandra en el Pasaje Condesa. La Mark III, la Canon de mis sueños, sigue descaradamente cara: en tres o cuatro años no ha bajado de precio. Todos los años me la compro, quiero decir, todos los años viajo con la intención. Me dicen en el Pasaje Condesa que el señor de los libros de diseño sólo viene los fines de semana. Hice otras fotos en el Zócalo. Y en la tarde seguí el viaje hasta Coyoacán. Por fin terminé de atravesar la ciudad más grande del mundo. Luego no tuve alientos ni para salir a comer.
Viajar no es una delicia, casi nunca lo es: el alma se retrasa. O tal vez lo sea para quien viaja acompañado o con más dinero que yo. Los pensamientos que dejé en casa me alcanzan y me atormentan. Me pregunto por la vida que dejé en suspenso, como un animal en invierno, y siempre temo que se me extravíe el hilo para volver a empezar.
Biografía de Triunfo Arciniegas
Triunfo Arciniegas / Diario
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