Elkin Restrepo y Triunfo Arciniegas
Un poeta que narra
y un cuentista que poetiza
Por Esteban Carlos Mejía
Rabo de Paja
El Espectador, martes 27 de diciembre de 2011
¿In vino veritas, in aqua sanitas? Alzo la copa, brindo con mi amiga Isabel Barragán y le canto la tabla: “Eres una mujer bellísima, muy sexy además, pero tu vanidad es mortal pa'l pecho”.
Se antoja de natilla y buñuelos. “¿Vanidad?”, pregunta no sin desfallecimiento. Le cojo la mano y le leo la palma, arte aprendido hace años de mi tía Genia. Leo sus intrincadas líneas y veo lo que en otras escasea: hermosura, bienestar, longevidad, hasta un matrimonio feliz. “Parecés en un cuento de Elkin Restrepo”, dice y se pone a hablarme de La orfandad de Telémaco (Sílaba, Medellín, 2011), el más reciente libro de relatos del poeta antioqueño.
“Son veintiocho fábulas realistas que rozan lo misterioso, lo anacrónico, lo incomprensible”, me explica. Una ciudadela en ruinas, repleta de extrañas pirámides. Una muchacha que lee a Paul Celan y, desengañada del hombre que ama, muere en soledad y miseria. Una urna funeraria en el solar de una casona en venta. Parejas desiguales en edad y sentimientos que se encuentran y desencuentran sin esperanza. Una adivina que trastoca las convicciones del narrador. “Creer es crear”, opino. Isabel sonríe. “Son historias elegantes, con finales abruptos e insospechados, de franca y deliciosa displicencia”, dice. “Al igual que los versos de Casemiro Rosa, el poeta brasileño de uno de los cuentos, la prosa de Elkin Restrepo es sencilla y llena de resonancias, como una charla entre viejos camaradas, con ‘significados inesperados, de tinte simbólico o sobrenatural’. Da gusto leerlo. Es un poeta que sabe narrar”.
“¿Y eso se puede?”, digo. “Al revés también”, responde. “¿Narradores que poetizan?”. Dejo la natilla: los ojazos verdes de Isabel centellean en la tarde encapotada. Le pido un ejemplo. “La literatura de Triunfo Arciniegas hace honor a su nombre”, dice, mientras con la punta de los deditos palpa los buñuelos. “Por ejemplo, en Noticias de la niebla (Ediciones Pluma de Mompox, Cartagena de Indias, 2011), su escritura vence y convence sin ambigüedades. Es inquietante, sugestiva, espléndido arquetipo de la punta del iceberg de Papá Hemingway: lo que leemos es apenas la punta de un colosal iceberg que navega en las aguas de nuestra imaginación”. La oigo embelesado. “Son textos breves, entre poesía y prosa”, dice. “Equívocos, soberbios, inteligentes, trabajados con precisión y pulcritud estética”. Abre el bolso, saca el libro y me ofrece tres joyas. “Bolero según Gregorio Samsa / Ya sé que sólo soy un insecto en tu vida”. “Corrientes alternas / En coitos circuitos me electroputas”. “Fetichista / Adoraba hasta los pies de página”. “Son como trinos de Twitter”, digo. “Confunda pero no ofenda”, replica. Me lee Pasión azteca: “Al rodar por el lomo de piedra, aterrado e incrédulo, contemplo mi corazón en las manos del sacerdote”. Y agrega, triunfal: “Con Triunfo Arciniegas las palabras hablan por sí mismas”. De improviso me dan ganas de palparle el monte de Venus... el de la mano, mal pensados.
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