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Triunfo Arciniegas
EL ARZOBISPO Y EL SAPO
18 de noviembre de 2024
Esta mañana eliminé un arzobispo.
Los gustos que uno puede darse. Dos personajes peligraban en esta revisión de “Las batallas de Rosalino”: un sapo que se volvió poeta de tanto tragar mariposas y el arzobispo de Constantinopla, dueño y señor del Museo de Guerra de Berlín, la ciudad de los techos pintiagudos.
Una vez concluida la batalla con el dragón, la tercera de las tres batallas fundamentales del libro, los personajes (Rosalino, el gato Tintoreto, el caballo Lucero Galindo y la negra Pilarica Girasol del Alba) van de regreso a casa y no puedo extenderme con detalles y aventuras. Hay que rematar. Este capítulo, que se había alargado a las ocho páginas, quedó en siete. Así que no fue un asunto personal con el arzobispo y su dolor de muelas. En un capítulo anterior tuve que borrar el cañón del general Lirio Pacheco, abuelo de Rosalino y, en el último, la tacita de té que el arzobispo le obsequia a Rosalino. No hay museo para exhibir el cañón ni tampoco un arzobispo con tacita de té. Hay que tener la totalidad de la historia en la cabeza para no pasar por alto estos detalles.
El sapo poeta sobrevivió, aunque apenas ocupa unas líneas. Refuerza la locura de Boca de Chicle, una ciudad donde se pasean vacas con cuernos de venado y conejos que en plena calle se enredan las larguísimas orejas. El sapo, algo fanfarrón, pierde un duelo de versos con Violeta Casagemas, un personaje disparado y tierno, una vaca con cuernos de venado que exhibe con orgullo el fantástico sombrero de cintas y flores que Picasso le envió de París.
También eliminé dos sueños de Pilarica que narraban dos batallas fantásticas de Rosalino. En versiones anteriores ocupan casi un capítulo entero, y ahora se habían reducido a dos párrafos. Dos contendores menos: un oso hormiguero y un hombre de las nieves.
Es raro que elimine un personaje e incluso un párrafo. Casi siempre estoy añadiendo detalles, conectando escenas, enriqueciendo la trama. Eliminar se me hace difícil.
No han sido decisiones precipitadas. Las sucesivas lecturas de la totalidad del textos terminaron convenciéndome.
Me regocija, en todo caso, que un sapo poeta sea más importante que un arzobispo con dolor de muelas.
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