Ilustración de Jonathan Wolstenholme |
Empiezo por el corazón de la casa:
la biblioteca.
Empiezo por ahí porque sé
que cuando la biblioteca esté desarmada
yo estaré lista para partir.
Guardo los libros amorosamente
igual que se acuesta a un niño
y pienso que está bien
tratarlos así
porque ellos también me tejieron un nido.
¿En cuántas cajas cabe una casa?
La mayor parte de las cajas
las ocupan los libros.
En otras pocas, que no me importan,
van las ollas.
Después están los adornos
las chucherías que me regalaron
las que compré en ferias
traje de viajes
o fueron de alguien muy querido.
A medida que embalo también me desprendo
de las cosas que ya no quiero que me acompañen.
Todas las mudanzas
son pequeñas exploraciones arqueológicas.
Atrás de los muebles, entre la pelusa
aparecen objetos abandonados
disparando un recuerdo.
Aparecen llaves que ya ni sé
qué cerraban o qué abrían,
cosas que me volví loca buscando,
anotaciones de otra vida,
fotografías olvidadas,
remedios vencidos,
insectos disecados.
Está el cajón de las cosas inclasificables
o clasificadas por un loco:
ese cajón se muda así.
¿En cuántas cajas cabe una casa?
Separo lo prescindible
de lo esencial,
que es lo que embalo en el último momento.
Voy desmantelando la que fue mi casa
la voy haciendo lentamente inhabitable
Voy creando poco a poco
un estado de precariedad
que hace más fácil
hacerle frente
a mi decisión de marcharme.
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