La noche estrella, 1889 Vincent van Gogh |
Van Gogh II
17 de agosto de 2021
Fui a Nueva York porque quería ver pintura. Así lo dije cuando tramitaba la visa, y era cierto, no hay que andar con mentiras en estos asuntos. Quería ver El mundo de Cristina, de Andrew Wyeth, en el MoMA, y a Balthus en el MET. Y cumplí el sueño. Dos pintores tan amados. Tan inmensos. Por ahí andaban, por supuesto, aunque no con tantas obras como uno quisiera, otros monstruos sagrados: Edward Hopper, Lucian Freud y Francis Bacon.
Me sorprendió la veneración del Museo Metropolitano por Picasso. Qué festín, qué regocijo. El pintor se moriría de risa al saberlo pero no le extrañaría. Los norteamericanos ya lo adoraban en vida. Y por Van Gogh, que moriría del asombro al saberlo. Hay una inmensa sala dedicada a su obra.
De pronto estoy en el centro de la sala y miro a mi alrededor: diez o doce pinturas de Vicent van Gogh. Ahí estaban sus famosos girasoles, cipreses, unos zapatos de pobre, una mujer pelando patatas y otra cocinando, otras mujeres y olivos, Madame Joseph-Michel Giroux con un libro y Madame Roulin con su bebé, una versión de Millet llamada Primeros pasos, el mismo Vang Gogh con sombrero de paja y La noche estrellada, la más famosa de las noches estrelladas, una obra que el pintor consideró un fracaso. Sentí un estremecimiento. Unas ganas de salir corriendo del museo, dar la vuelta y brincar como loco en Central Park. Contemplar en carne y hueso las pinturas que tantas veces uno ha visto en los libros y sorprenderse con la gruesas, violentas y vibrantes pinceladas del maestro no es más que un regalo de los dioses.
Fue uno de los momentos más maravillosos de mi vida.
1 comentario:
También fue uno de los mejores momentos de mi vida, quizás es el mejor.
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