Willam Trevor
LA HABITACIÓN
Hasta ese día el trabajo había sido una distracción para Chloë. Ahora lo era una pantalla de televisor, montado en alto en un rincón, en ángulo para que pudiera verse desde la cama sin mucho esfuerzo. Conocía a gente que la habría alojado durante un tiempo, pero no era eso lo que quería. En el hotel Kylemore la tarifa incluía el desayuno. Y además prefería eso: estar sola.
Pero no era la misma habitación que le habían enseñado cuando fue a informarse una semana antes. El deslucido papel de pared estaba manchado, la mesilla de noche marcada con quemaduras de cigarrillo. La que le habían enseñado al menos estaba limpia, y esa mañana había vacilado al ver que la llevaban a una distinta. Mas, decaída como se sentía, no se había animado a protestar.
Desde la ventana observaba el tráfico, que avanzaba lentamente en el embotellamiento: taxis inmovilizados, conductores de autobús pacientes, las ventanillas bajadas en el calor vespertino, ciclistas que maniobraban con habilidad. Sin dejar de mirar la calle, Chloë supo por qué estaba allí y se lo recordó. Pero, en realidad, saberlo no servía de nada. Había sido feliz.
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