Haruki Murakami
SOBRE LA MAGIA
En la película E.T. el extraterrestre, de Steven Spielberg, E.T. fabrica en un momento dado un aparato de radio para comunicarse con los suyos utilizando objetos que encuentra en el trastero de la casa. Vi la película hace muchos años y no recuerdo con exactitud los detalles, pero sí que se valía de las cosas de uso cotidiano que se pueden encontrar en una casa cualquiera, como un paraguas, una lámpara, platos, tocadiscos... A pesar de lo improvisado de los materiales, fabrica una máquina capaz de enviar una señal a su planeta situado a miles de años luz de la tierra. Cuando vi la escena sentado en la sala de cine, sentí una profunda admiración. En mi opinión, las grandes novelas están construidas en cierto sentido de esa manera. No es tan importante la calidad de los materiales en sí. Por encima de cualquier otra consideración, deben provocar una especie de magia. Si solo disponemos de materiales sencillos, cotidianos, de palabras no demasiado complicadas, pero todo ello encierra un halo mágico, podemos construir con nuestras propias manos máquinas complejas y sorprendentes.
Como mínimo necesitamos un almacén propio. Por mucha magia que encierre algo, no se puede crear desde la nada.
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Cuando empecé a escribir mi primera novela, no tenía la más mínima idea sobre qué hablar. No contaba con la experiencia de la guerra como la generación de mis padres, ni tampoco con la del hambre y el caos de la posguerra. Tampoco con una experiencia significativa en movimientos revolucionarios (sí en algo parecido, pero no era asunto del que quisiera hablar), ni tampoco había sufrido malos tratos o conflictos graves. Me crié en una tranquila zona residencial en el seno de una familia pequeño burguesa de asalariados y nunca padecí graves insatisfacciones, carencias o cosas así. Aunque no puedo decir que fuera especialmente feliz, tampoco puedo afirmar lo contrario (lo cual significa, supongo, que era relativamente feliz). Disfruté de una niñez sin sobresaltos. Mis notas en el colegio no eran ni las mejores ni las peores, y por mucho que me esfuerce en analizar los detalles concretos de aquella época, no puedo decir honestamente que encierre nada especial sobre lo que merezca la pena escribir. Tengo el impulso de expresarme y escribir, en efecto, pero sobre cuestiones con contenido. Quizá por eso nunca antes de los veintinueve años imaginé que me iba a dedicar a este oficio. No tenía materiales ni tampoco el talento suficiente para levantar algo desde la nada. Para mí la novela solo era una cuestión relacionada con la lectura, y a pesar de leer mucho, nunca pensé que terminaría por ser yo quien las escribiera.
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No nos queda más remedio que apañárnoslas con lo que tenemos a la mano, y quién sea capaz de hacerlo habrá ganado una inmensa oportunidad: descubrir el hecho concreto y maravilloso de que somos capaces de usar la magia. Alguien capaz de escribir una novela es alguien capaz de comunicarse con los habitantes de otros planetas.
Haruki Murakami
De qué hablo cuando hablo de escribir
Tusquets Editores, Barcelona, 2017, pp. 121-123
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