Nueva casa
17 de noviembre de 2017
Primera noche en la nueva casa. Dormí solo, arrullado por la lluvia. Apenas traje el colchón, las sábanas y dos almohadas, una lámpara, el ventilador y unos cuantos libros. La casa, por supuesto, es una de las formas de la felicidad. No hay en este momento una solo mueble: una silla, una mesa, una cama. Ni siquiera un plato. Pero no importa.
Entregué dos camionetas, la Ford Explorer y la Vitara, como parte de pago. Me he quedado con la Bronco, mi favorita desde hace tiempos. Hace tres años la estrellé contra una casa y la di de baja. René y el mecánico me convencieron de repararla, y aquí sigue conmigo, a pesar de los golpes. Se ve como nueva porque está recién pintada. Además, voy a cambiarle los pisos y la cojinería.
Pero hablaba de la casa. Las personas a las que les he enviado fotos alaban su iluminación. Es una casa de dos plantas, con dos baños y cuatro habitaciones, una cocina hermosa, una pequeña sala, un garaje estrecho pero largo, en una parte alta de la ciudad, cerca de Cuatrovientos. Es tan estrecho el garaje que no se puede acomodar la Bronco sin ayuda. Un mal menor, por supuesto. Lo que importa es que en diciembre ya no tendremos que pagar arriendo.
Ya se hicieron las escrituras. Ayer mismo se registraron. El próximo jueves, cuando las devuelvan, haré el segundo y último pago y la entrega oficial de las camionetas. Es decir, tengo una nueva casa y no amanecí endeudado.
Me levanté temprano y recorrí a pie las veintidós cuadras que me separan de la casa anterior. No me atreví a sacar del garaje la camioneta sin ayuda de René. Crucé dos parques, donde la gente (adultos, sobre todo) ya estaba haciendo ejercicios con diversos aparatos, saludé un par de viejos madrugadores y vi los primeros estudiantes rumbo al colegio. A pesar de los olvidos y los abandonos, de la malparidez y los males, la vida todavía es bonita.
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