domingo, 28 de mayo de 2017

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Edgar Allan Garcia
Sudaca en Roma

Cuando leí que un ecuatoriano, en viaje de turismo por Italia, había hecho una "gracia" en el coliseo romano, imaginé que se había orinado en una de sus pilastras o que, con total inconsciencia, había botado al suelo la envoltura de un chocolate suizo. Nada de eso, resulta que nuestro compatriota no encontró mejor idea que la de escribir los nombres de su mujer, su hija y de él mismo, junto a un corazón, en algún lugar de las murallas del coliseo, de seguro con la idea pueril de dejar una huella de su paso efímero por el monumento en mención. Por supuesto, los guardias lo detuvieron de inmediato y, ya imagino la multa y la reprimenda que le habrán dado las indignadas autoridades al desubicado"sudaca". ¡Cómo se le ocurrió -habrán exclamado- escribir en la pared de un monumento que recuerda la execrable costumbre de los romanos imperiales de convertir la muerte de miles y miles de víctimas en un sangriento espectáculo! ¡cómo es posible que en ese lugar del que toda Roma se siente tan orgullosa, tan ufana, este "salvaje" haya dibujado un corazoncito al lado de su nombre y los de su familia! Que se sepa que no convalido lo realizado por el compatriota, pero me parece que caben algunas precisiones y, sobre todo, un sentido de las proporciones. Ciertos pueblos han convertido en monumentos turísticos lugares que nos recuerdan lo peor de la historia de la humanidad, como la infame Treblinka, el museo de la tortura de Amsterdam o los campos de exterminio de Cambodia. Dicen -es un buen pretexto- que es para recordarnos lo que nunca más debe suceder en la historia, pero la verdad es que estos sitios que, de alguna manera, y aunque no lo acepten conscientemente, rinden homenaje al horror, no son más que una mina de oro para atraer a turistas que muchas veces resienten toda la energía fruto del odio, el miedo y la desesperación que se ha impregnado en estos sitios. Personalmente, jamás entraría a espacios semejantes, mucho menos pagando para ello, pero ya se sabe que los turistas -y todos lo hemos sido más de una vez- son como las recuas, van a los "sitios históricos" que se encuentran marcados en el tour, toman fotos como idiotas y se van con la misma ignorancia con la que llegaron. El compatriota de marras quiso dejar una huella sin duda estúpida en un lugar que nos recuerda mucho más la crueldad de los imperios que su gloria, pero habría que aclararles a las indignadas autoridades romanas, quiénes son los verdaderos "salvajes" en esta historia.



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