Melba Escobar
LA MUCHEDUMBRE
Caminaba por la carrera Séptima con calle 22 cuando un hombre negro pasó corriendo y me arrancó el celular de las manos. Mi instinto me hizo gritar “¡Ladrón! ¡Cójanlo!”, sin pensar lo que vendría después. Más adelante un señor le hizo zancadilla, otro le lanzó una patada, de repente, en cuestión de segundos, ya no lo veía, un huracán de personas se amontonaban alrededor de él lanzando escupitajos, patadas, insultos. Entonces tuve miedo. Mucho miedo. No del hombre que ahora era víctima de linchamiento, si no de toda de esa gente furiosa, caníbal, ávida de destruir bajo el menor pretexto. Miedo también de mi misma por haber empezado con mi grito ese festín de violencia. Entonces corrí hacia el torbellino y empecé a gritar “¡Suéltenlo! ¡Suéltenlo, por favor!”. Lloraba. Dos minutos antes había gritado “¡Cójanlo!” Y ahora suplicaba que pararan. Al darme vuelta hacia la Séptima vi pasar una patrulla de Policía. Les hice señas. Se bajaron y enseguida despejaron la nube de linchadores. El hombre estaba en posición fetal. La mirada aterrada. La cara cubierta de sangre y la ropa sucia y salpicada. Lo levantaron. Me devolvieron mi teléfono y se lo llevaron. No sé qué habrá sido de él, supongo que tuvieron que dejarlo ir, al final, no había una denuncia en su contra. Siempre he pensado que de no haber pasado una patrulla él podría estar muerto.
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