Saul Bellow |
Creo que fue Turguéniev, o si no uno de los Goncourt, quien dijo que siempre que los hombres cenan juntos, la conversación gira en torno a las mujeres y el amor. En cualquier caso, así era con Saul Bellow, al menos en los años que yo lo conocí, desde finales de los setenta y en la década de los ochenta. En esa época tenía en mente sobre todo a las mujeres, porque su ex esposa, la tercera, le había puesto un pleito pidiendo más dinero, después de que ganara el Premio Nobel y los seiscientos o setecientos mil dólares que traía consigo. El juicio era en Chicago y Bellow temía que hubieran sobornado al juez. No llegué a conocer a su ex mujer, aunque tengo la sensación de haberlo hecho. Ella estaba en manos, por decirlo así, de un fabuloso contador de historias. Bellow estaba en manos del juez y ella en las de Bellow. Pedía que aumentaran su pensión y la ayuda para mantener a su hijo. Estábamos en Aspen, donde el Instituto de Estudios Humanísticos lo había invitado aquel verano; mientras Bellow nadaba estilo rana –había una piscina–enumeraba los motivos por los que sospechaba del juez y por qué era evidente que ella tenía el ojo puesto en el dinero del premio. Más que el ojo.
James Salter
El arte de la ficción
Barcelona, Salamandra, 2018, pp. 84-85
Barcelona, Salamandra, 2018, pp. 84-85
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