Bertha era como un pobre animal grasiento. Hace un instante, de pie y descalza sobre la alfombrilla, se frotaba todo el cuerpo para borrar los pliegues que habían dibujado en su piel las sábanas. No se había puesto las bragas. Sudaba. Debía de estar hablando sola. Dos meses atrás, a aquella hora daba de comer a las gallinas, y sin duda les hablaba en un lenguaje que ellas podían comprender.
Georges Simenon
La nieve estaba sucia
Tusquets Editores, Barcelona, 1994, p. 32
Georges Simenon
La nieve estaba sucia
Tusquets Editores, Barcelona, 1994, p. 32
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