No bien tuve la edad exigida para que el pensamiento se traduzca en algo más que soltar la baba y agitar los bracitos, aprendí tres cosas lo bastante sucias como para no poder lavarme jamás de las mismas. Aprendí que era pobre, que era homosexual y que me gustaba el Arte. Lo primero porque un buen día nos dijeron que "no se había podido conseguir nada para el almuerzo". Lo segundo, porque también un buen día sentí que una oleada de rubor me cruzaba el rostro al descubrir palpitante bajo el pantalón el abultado sexo de uno mis numerosos tíos. Lo tercero, porque igualmente un buen día escuché a una prima mía muy gorda que apretando convulsivamente una copa en su mano cantaba el brindis de "Traviata".
Carlos Espinosa Domínguez
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