jueves, 8 de septiembre de 2011

Diario / Machala

Se diría que es la felicidad
Machala, Ecuador, 12 de junio de 2011
Fotografía de Triunfo Arciniegas
Estado de perfección
Machala, Ecuador, 12 de junio de 2011
Fotografía de Triunfo Arciniegas
Amor en Machala
(Por qué no me fui en un maldito barco hace cincuenta años)
Machala, 12 de junio de 2011
Fotografía de Triunfo Arciniegas

Triunfo Arciniegas
Machala, Ecuador
13 de junio de 2011

Salgo mañana temprano de Machala, capital mundial del banano, para Huaquillas, ya en la frontera con Perú. A Machala llegué ayer después de mediodía. Había pensado quedarme en Guayaquil, pero no encontré habitación en ninguno de los nueve o diez hoteles del centro donde pregunté. Era domingo y casi todo estaba cerrado. Decidí volver a lo que creí que era el terminal de transportes, frente al aeropuerto. Quería pasar al baño. Supe donde era el verdadero terminal y tomé otro autobús. Entonces viajé a Machala. Me hospedé al lado de la oficina de  la empresa que me trajo, descansé un rato y comencé a explorar. Supe que la línea 13 lleva al puerto y la tomé. Hice algunas fotos y regresé en la misma línea, que me dejó en el parque central de Machala, a escasas tres cuadras del hotel. Ida y vuelta: cincuenta centavos de dólar. Como para no creerlo. Hoy volví al puerto y tomé más fotos. Disfruté de un sabroso ceviche de cangrejo y volví al centro. Dormí en la tarde y en la noche averigüé como viajar a Huaquillas. Hoy me conecté en tres lugares para subir unas fotos de Machala tanto en Facebook (apenas cinco o seis) como en Ficciones (creo que veintidós) y otras de Otavalo (apenas tres en Facebook). Le envié nueve fotos a Marco Chamorro. Se las tomé hace dos días en el Parque Metropolitano de Quito. Primero me conecté en un internet a unos doscientos metros del mar pero resultó insoportablemente lento. Casi no hice nada. Luego, en el centro, me conecté apenas unos minutos porque cerraron.  Terminé el trabajo cerca de la flota que me llevará mañana a Huaquillas.
De Quito salí el sábado 11 en la noche, a las 9:10 de la noche. Vanessa y Marco Chamorro me llevaron hasta la estación Imbabura. Nueve dólares hasta Guayaquil: ocho horas de viaje. Me tocó sentarme al lado de un gordo roncador. A veces se tiene esa mala suerte. El puesto era demasiado estrecho y me dolían las rodillas. Maldije casi todo el camino. Dormí a ratos. Estaba muy cansado y me faltaba sueño. La noche del viernes estuve devorando la biblioteca de Chamorro.
A Guayaquil llegué antes de las cinco de la mañana. Es una ciudad de contrastes, de asombroso progreso y profunda miseria. Hace dos o tres días, en un autobús de Quito, oí una conversación. Un hombre le hablaba de la Antigua Roma a un joven. Le decía que entonces era una ciudad peligrosa, llena de bandidos y criminales. “Como Guayaquil”, añadió.
Llegué antes de las cinco de la mañana y tuve que esperar hasta que amaneciera, dormitando sobre el equipaje. Luego tomé un autobús y fui al centro. Busqué hotel inútilmente. Desayuné en un mercado y fui al terminal. Decidí dejar Guayaquil para otra ocasión y me decidí por Machala.



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