miércoles, 5 de marzo de 2025

Mon Laforte / Una mujer triste

 

Mon Laforte


Mon Laforte
UNA MUJER TRISTE

He sido una mujer muy triste, realmente muy triste y lo único que sé hacer es trabajar ¿pero saben también hice durante todo este tiempo?

martes, 4 de marzo de 2025

Triunfo Arciniegas / Carnaval de Venecia

 


Triunfo Arciniegas

CARNAVAL DE VENECIA

3 de marzo de 2025


He fotografiado en años pasados los carnavales de Barranquilla, Rio de Janeiro y Veracruz. Creía que el carnaval de Venecia era imposible y aquí estoy.

Me ha costado un montón de equivocaciones, como si me estuviera preparando para la perfección de los próximos.

Esplendor y lujo. Memoria de otros siglos. Es el carnaval de una ciudad adinerada, sin la salvaje  pasión del carnaval de Rio, el espectáctaculo más grande del mundo.

El carnaval de Rio es multitudinario. Son centenares los integrates de una escuela de samba. En cambio, el carnaval de Venecia es un asunto de parejas. No significa que no haya grupos, pero predomina la pareja: el hombre con máscara y antifaz, muy elegante, muy caballeroso y excesivamente adinerado, y la mujer con un traje largo y sofisticado, abundantes y ensortijados cabellos, enmascarada, por supuesto. El hombre estira el brazo para que la mujer apoye su mano en la mano del hombre. No pueden caminar abrazados debido a las ropas de la mujer. Tampoco pueden con los movimientos frenéticos de una danza. Lo que en Río es piel y desnudez, en Venecia es ropaje. Tengo que averiguar por las fiestas de los palacios, los amoríos en los callejones y las orgías.

Si hay carnaval, hay desmadre.

Si no, para qué.

Triunfo Arciniegas / Por Italia como alma en pena

 


Triunfo Arciniegas

Por Italia como alma en pen

2 de marzo de 2025


En el puesto de atrás un viejo ronca y, adelante, dos muchachas italianas no dejan de hablar. No sé cuál es peor. El volumen de los tres es demasiado.


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El autobús se detiene diez minutos en un Mc Donald’s, donde todo vale tres veces más. Por suerte, el baño es gratis.


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Pasamos a medianoche por Rimini, donde nació Fellini.


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Tantos lugares que uno no sabe que existen y que nunca visitará. Toda la gente que jamás conoceremos y las historias que no fuimos.


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Venecia: las rodillas de los viejos luego de los numerosos peldaños de los numerosos puentes, los adoloridos pies de las damas que insisten en usar tacones, los besos de los enamorados. El agua, tan agradecida en las fotos, embellece y distingue a Venecia.


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De pronto uno es muy viejo para volver a Venecia. Vendrán otros, con sus amores, con sus penas.


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Madruga la gente que trabaja y mantiene la extraordinaria dinámica de la ciudad. Los turistas se levantan tarde, luego del alcohol, el sexo y la comida, y se acuestan tarde, por supuesto, ebrios de dicha. Para los madrugadores es su sitio de trabajo. Pasan frente a los bellos edificios y cruzan los puentes sin admiración alguna.


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De pronto uno es demasiado viejo para salir de casa. Y sólo le resta el último viaje. El boleto ha sido comprado.


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En italiano no existe una palabra para bombero. En cambio, bordeando la poesía, dicen “vigile del fuoco”.


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Uno siempre regresa a casa cuando no es capaz de conquistador el mundo. Lo leí en alguna parte. Los romanos salían a conquistar el mundo precisamente para volver a casa. Soñaban con volver a Roma con el botín arrebatado a los pueblos sometidos, con los esclavos, con la gloria de ensanchar el imperio. Roma, la capital del mundo de ese entonces, el centro y la razón. Tanto que el exilio era el más cruel de los castigos.


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A una de las muchachas parlanchinas se le enredó el pantalón en mi bota izquierda y fue motivo de risas. Por un momento estuvimos enredados. Fuimos un solo y eterno nudo. O nido. Por desgracia, ese momento terminó. Me mira de vez en cuando. Tal vez la he mirado demasiado. Debe pensar que soy un viejo pervertido. No se equivoca.


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El Italiano de la ventanilla se baja y tomo su lugar. Más adelante viene a ocupar el mío una bella japonesa. Ni siquiera intento una conversación. ¿En qué idioma lo haría? Las estadísticas demuestran que de diez japonesas bellas ignoran el español exactamente diez. Se duerme pronto. Hasta Mestre estaré en el país de las bellas durmientes de Kawabata.


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Hace muchos años soñé que había llegado a Italia. Era redonda y con pisos que se empequeñecían a media que subían, como la torta de una fiesta con muchos invitados. Fue un despertar dulce.

***

Me quedo en Mestre. Una hora después tomo el tren y llego a Venecia diez minutos después, justo a tiempo para contemplar el amanecer.



Triunfo Arciniegas / Diario / Perdido

 


Triunfo Arcinuegas

PERDIDO 

28 de febrero de 2025

Ahí estoy, en ese ojo, más perdido que el putas.

Venecia es un laberinto.

A menudo se habla de la felicidad del viaje pero no de los contratiempos: la maleta extraviada, el vuelo perdido, la reserva cancelada, las esperas en los aeropuertos, las discusiones con la gente, el taxista que se aprovecha de la situación, el cansancio, el sueño atrasado, el alma que no llega, el descontrol en que caemos cuando se abandonan las pequeñas rutinas de la vida cotidiana.

Todo es nuevo y no hay tiempo de asimilar la información, y peor cuando se viaja en otro idioma. Los locales consideran que lo suyo es fácil y práctico y lo que pasa es que llevan haciéndolo toda la vida. Uno, como viajero, apenas empieza. No solo no hay direcciones fáciles sino palabras imposibles y costumbres absurdas.

Viajar es un duro ejercicio. Se requiere salud, en primer lugar. No se viaja con la nostalgia. El hogar se queda en casa. Si uno no deja amores pendientes, mucho mejor. Lo dijo el sabio: Amor de lejos, amor de pendejos.

Antes se viajaba preguntando, ahora se acude a Google Maps y otras herramientas. Todo se hace por el celular. Yo sigo preguntando. Me gusta tratar a la gente.

Vine a Venecia hace siete años con Claudia, y fue un viaje divertido y feliz. Llegamos en tren a la estación Santa Lucía y fuimos, siguiendo la señalización, hasta la piazza San Marcos. Sin las señales todavía la estaríamos buscando la famosa piazza. Llegamos de día y nos fuimos al atardecer a Bologna sin tropiezo alguno. Un viaje feliz y pare de contar. La felicidad no es materia narrativa.

En este viaje a Venecia, en cambio, he cometido todos los errores. Y los errores cuestan tiempo y dinero. Hace tres o cuatro días, aunque había ensayado todo el recorrido, perdí el viaje: los tiquetes de ida y vuelta. Pensaba que había dos transportes diferentes: uno hasta Mestre y otro hasta Tronchetto. Pensaba que en la estación Tiburtina debía ubicar el autobús con destino a Venecia, por supuesto, y en eso me concentré. Después de haber salido del apartamento a la Piazza di Genova para llegar a la Piazzale de Lido y tomar el Maremetro hasta Piramide, donde se debe buscar la línea B con destino Rebbia y bajarse en Tiburtina con dis horas de anticipación, después de todo eso dejé pasar un bus que decía Zagrebi o algo así. Era ese. Lo supe un minuto después. La hora de salida era a las 11: 59, y exactamente a la medianoche, cuando el Itabús 2792 abandonaba Triburtina, entendí la cosa: el maldito número. Ya no había nada que hacer. Volví a hacer el recorrido en sentido inverso pero con el agravante que a esa hora ya no funcionaba el Metromare. Mediante una videollamada, Jaime me orientó para tomar el bus de los borrachos. Volví a Ostia de pie, entre parranderos y el incómodo equipaje. Hora y media, el trayecto que el Metromare cubre en media. Cuando debía estar durmiendo acercándome a Venecia, me caía de cansancio entre borrachos alebrestados que hablan entre sí como si estuvieran a cientos de metros de distancia. Un estruendoso intercambio de risas y trivialidades que no le importan a los demás. Manada de estúpidos.

Los italianos no son como esperaba. Con semejante comida, con esos quesos y esos vinos, con esos bellísimos paisajes, la música, la pintura y otras maravilla de “la dulce vita”, los imaginaba más alegres y serviciales. Los encuentro cerrados, hoscos e incluso groseros. Hacen mercado de mal genio. No les sonríen a los extraños. Se tropiezan con uno y no se disculpan.

Se amargan muy pronto. Consentidos por sus madres, se quedan como niños y luego se amargan. Sobre todo las mujeres, que envejecen mal. Me he cruzado con infinidad de criaturas bellas, pero no con una sola señora como para caer rendido. Todos fuman como locos desde la adolescencia. Otra cosa: andan en manadas, sobre todo los hombres, desde niños. 

Aunque esta vez logré tomar el autobús correcto, luego de cierta angustia porque venía con “ritardo”, me equivoqué con el punto de destino. Debí escoger Tronchetto en vez de Mestre. Lo supe cuando los tiquetes ya estaban comprados. En Mestre se bajaron casi todos, dije que iba a Tronchetto pero el conductor pidió que le enseñara el tiquete y tuve que bajarme. Era la una de la madrugada y hacía un frío espantoso. ¿Qué hacer? No era más que un pinche paradero, no una estación para refugiarse. Llevaba un saco de dormir pero no había sitio para acomodarme. 

Tenía la equivocada idea de que Mestre y Tronchetto estaban cerca, y marqué la ruta en el celular. Salí rumbo a Venecia como si fuese Marco Polo y media hora después o algo así supe que me había salido de la ruta. Había seguido un camino paralelo y no encontraba la forma de saltar. Tuve que devolverme. Ya me dolían las manos de tanto frío y el equipaje se hacía pesado. Vi una bicicleta abandonada y pensé que haría mi gloriosa entrada como uno más de los poderosos ciclistas colombianos. Descubrí que era eléctrica y no había manera de usarla. Seguí caminando hasta que mi falso camino se unió con la ruta marcada del celular. Encontré un largo sendero de hojas secas que en otra oportunidad hubiera fotografiado con emoción de montañero. El sendero se acabó y corrí al otro lado de la carretera antes de que me atrapara alguno de los pocos pero veloces autos que circulaban a esa hora. Seguí la vía peatonal hasta que se acabó. Atravesé la carretera, exponiéndome a los autos, hasta que encontré otros cincuenta o cien metros de vía peatonal, y al final avancé entre el breve espacio entre dos  muros de metal como un ladrón. No me crucé con nadie. Ni con la policía. En algún momento quise extender el saco y tratar de dormir hasta el amanecer. Por suerte continué. Vi un paradero. Y un joven. Lo saludé y me senté a esperar el autobús. Si alguien espera en un paradero, hay un autobús. Verdad de Perogrullo. El autobús que sea. Con tal de salir de allí. Demoró unos quince o veinte minutos. Y entonces supe la enorme distancia que me hacía falta por recorrer para llegar a Venecia. Me bajé en la Piazza Tronchetto, pero no en la estación. Compré una Coca-Cola y unas papas fritas con sabor a limón en un “Indian”, una pequeña tienda, una caseta, y le pregunté al hombre cómo podía llegar a la estación Tronchetto, con la intención de pasar al baño, recargar los celulares y tal vez dormir un par de horas. Entendí sus señas y, para más certeza, marqué el destino en el celular. Me puse en camino luego de la Coca-Cola y las papas. Llegué, puede decirse que llegué, pero no encontré la puerta. Una manera elegante de decir que seguía perdido tres horas después de llegar a Mestre. 

Iluminado por el Espíritu Santo, reconocí que lo importante ahora no era la estación de Tronchetto sino la exploración de Venecia. Encontré las señales que conducen a la Piazza san Marco y me imaginé que estaría allí antes del amanecer. Luego, siguendo las señales, llegaría a la estación Santa Lucía. No fue así. Perdí las señales. En Venecia uno se extravía en menos de un minutos. Calles estrechas, numerosas calles estrechas que se entretejen como una obra del demonio, y que finalizan de súbito. Hay que retroceder, buscar un puente y pasar al otro lado. El pobre Espíritu Santo me reveló que me guiara por las aguas, que avanzara hasta encontrar los causes más gruesos y en algún momento de la vida el gran canal me acogería como un pobre náufrago latinoamericano. El milagro sucedió. Alabados sean los dioses por su infinita misericordia. Vi el canal y, al otro lado, la estación Santa Lucía. Crecé el puente y amanecí en la estación. Tomé las primeras fotos e hice un recorrido sin alejarme demasiado, sin perder el punto de partida. Pero estaba demasiado cansado para salvar el día. Encontré un supermercado y con la deliciosa privisión de queso, jugo y otras delicias fui a una banca de cemento. La temperatura mejoró. En algún momento vinieron a sentarse unos jóvenes mexicanos muy bien vestidos. Conversaron con esas floridas expresiones tan propias de su país hasta que apareció un par de mujeres. Me acomodé para recuperar fuerzas y dormí por unos instances, absolutamente molido. Hice lo que pude, remendé la situación en la media de lo posible. 

Me equivoqué hasta de día. Esperaba fotografiar  amantes desquisiados junto a un puente o lujuriosas damas desnudas en los portables del amanecer. Pero nada. Pocos disfraces. Debo volver para el remate de domenica, lunedì e martedì. El miércoles de ceniza comienzan el arrepentimiento y los cuarenta días de abstinencia. No hay problemas ni con lo uno ni lo otro. Remordimientos no tengo. Y en cuanto a pecar, no hay con quién.

Quedaba por resolver el asunto del regreso. ¿Para qué buscar la estación de Tronchetto si debía regresar a Roma desde Mestre? Si no permitieron seguir a Tronchetto de venida , tamoco me dejarán abordar desde Mestre. ¿Y cómo llegó desde la estación Santa Lucia? Había sucedido lo que temía: el celular de los datos, el celular con mi número italiano, se quedó sin carga. No encontré sitio para remediar el problema.

Iba a donde me guiaba la intuición, una de las manifestaciones del Espíritu Santo, pero el demonio me detuvo en el muelle de un vaporeto que tal vez podría llevarme a Mestre. Lo abordé como quien se lanza al abismo. Hice un recorrido loco, bordeando la isla, una estación tras otra, hasta llegar a Lido. A última hora, me había dicho, tomo el vaporeto en sentido contrario. Vi de pronto que el vaporeto giraba y que repetía las estaciones: estábamos de regreso. Me tranquilicé. Me bajé en la misma estación donde el demonio me interrumpió el iluminado sendero del Espíritu Santo.

El Espíritu tenía razón. Vi cinco o seis autobuses estacionados y uno de ellos decía: “Stazione Mestre  f / s”. Estuve a punto de besar la tierra al estilo del papa. Como aún no estoy oficialmente canonizado, me abstuve. No falta el entrometido que vaya al Vaticano con el chisme de que me las estoy dando de santo. Ya tendré tempo para desquitarme. Voy a santificar hasta el guarapo. Abordé y me mantuve alerta. Después de las dos primeras paradas, le pregunté a un muchacho para asegurarme y me dijo “next”,  girando mano como si enrollara una madeja. Agregó que era de Brasil, de Rio, cuando le conté de dónde venía. “¿Copacabana?”, pregunté. Sonrió y dijo en inglés algo que no entendí. Ya tenía que bajarme. Mil gracias y adiós. 

O no encontré o no existe una estación de Itabús en Mestre. Si no hay una estación. ¿dónde me siento mientras llega la hora? ¿Dónde me resguardo del frío hasta el amanecer? Estaba exactamente frente a la elegante estación del tren. Arrojando el tiquete de Itabús a la basura, pregunté cuàl era el próximo tren con destino a Roma y una mujer muy querida me respindió que en quince minutos. La pantalla le informó que no quedaba un solo puesto dusponible. 127 euros. “Y el siguiente?” Quedaba un solo puesto. 110 euros, casi medio millón de pesos colombianos, la tercera parte del salaries mínimo actual en Colombia. Lo tomé, y menos de dos horas estaba acomodado en el tercer vagón del Italo 8925 de las 17: 17 con destino a Roma / Termini. No salió a tiempo y llegó a Roma con casi media hora de retraso, pero qué elegancia, qué esplendor. Una muchacha pasó tres veces ofreciendo bebidas, galletas y frutos secos. A mi lado se sentó una Italiana mayor que estuvo estudiando durante todo el trayecto y sólo recibió agua. Y devoró un banano con arustocrática elegancia. Tal vez su cena. A su lado soy el troglotica que surgió del páramo. En el puesto de adelante venía una joven pareja. La mujer, con traje de carnaval, se enrolló sobre su puesto de tal manera que su cabeza descansó en el regazo del hombre y sus pies desnudos se apoyaron contra la ventanilla. Un velo transparente cubría sus divinas piernas. Qué imagen tan perturbadora. No pude ver su rostro.

Le hice un par de breves preguntas a la mujer mayor. Tuvo la gentileza de responderme pero no se despidió en Roma. Se levantó sin mirarne y se alejó como si nada, como si no hubiéramos compartido un extenso kilometraje. No dio oportunidad de al menos una mínima conversación. Tal vez me vio como un migrante más. Tal vez sólo quería seguir leyendo y tomando apuntes. Tal vez preparaba una conferencia. Ya no tendremos una historia. Estoy seguro de que cuando recogió la maleta ya me había olvidado para siempre.

“Acá uno es solo”, dijo mi hermano. Abel, otro immigrante colombiano, me contó el otro día: “Uno sale a la calle y con quién habla?”

Los inmigrantes se mantienen en sus pequeños círculos, hablando su propio idioma. Los italianos no les abren las puertas de su casa. Ni siquiera responden una simple pregunta en la calle.

Tampoco aceptan los pequeños favores de la cortesía. No aceptan que uno les ceda el puesto o que paguen primero en el suoermercado cuando llevan un solo producto. “No nos quieren deber nada, no quieren rebajarse”, precisa mi hermano.

28 de febrero de 2025

sábado, 1 de marzo de 2025

Philippe Louis François / Los museos

 


Philippe Louis François

LOS MUSEOS

“La gente suele ir a los museos y mirar cuatrocientos cuadros en hora y media.

Vuelven con los pies así de hinchados y van en busca de una Coca-Cola tibia para olvidar el experimento.

Los lugares donde están los cuadros se llaman pinacotecas, igual que hay lugares donde están los libros, que se llaman bibliotecas. Nadie va a una biblioteca y lee todos los libros.

Quien va a una pinacoteca, a un museo, debe ir a ver dos cuadros. Al principio, en mi opinión, incluso uno.

El que hizo el cuadro a menudo tardó dos años en hacerlo. O incluso dos meses para hacerlo... ¿Qué me da derecho a mirarlo en veinticinco segundos?

Cuando estaban en la iglesia, la gente los veía desde que nacían hasta que morían: toda su vida. ¿Y ahora tienes que verlo en un minuto mientras corres hacia el siguiente cuadro?.”

*** 

Philippe Louis François Daverio

 (Mulhouse, 17 ottobre 1949 – Milano, 2 settembre 2020),


viernes, 28 de febrero de 2025

Casa de citas / Jean Rostand / Cultura


Jean Rostand
CULTURA

"Cultura no es tener el cerebro lleno de fechas, nombres o cifras, es la calidad del juicio, la exigencia lógica, el apetito por la prueba, la noción de la complejidad de las cosas y de la dificultad de los problemas, es el hábito de la duda, el discernimiento en la desconfianza, la modestia de opinión, la paciencia para ignorar, la certeza de que nunca tendremos toda la verdad, es tener la mente firme sin tenerla rígida, es estar armado contra la vaguedad y también contra la falsa precisión, es rechazar todos los fanatismos e incluso los que se basan en la razón, es sospechar de los dogmatismos oficiales pero sin beneficio para los charlatanes, es venerar el genio pero sin hacer de él un ídolo, es siempre preferir lo que es a lo que uno preferiría que fuera".

martes, 25 de febrero de 2025

Triunfo Arciniegas / Diario / Tatuaje


Triunfo Arciniegas
TATUAJE
Ostia, 21 de febrero de 2025

Mi hermano y yo tenemos diferentes maneras enfrentar el rencor. Mientras él no se deja envenenar y permite que las cosas fluyan, yo acumulo la rabia. Vivo del rencor. Lo mantengo intacto a través de los años. Un siquiatra dirá que es el combustible de mi depresión.

Hablamos de nuestro padre y de Ramiro mientras prepara el lugar para un nuevo tatuaje. Hace unos días hizo mi firma en mi antebrazo y hoy vamos con un gato. Lo pensé siete años. Le temía al dolor. Me decidí luego de llegar a Italia y como una manera de recordar para siempre este viaje. Mientras Jaime marcaba una letra tras otra y sentía que una hojilla desgarraba mi piel, juré que nunca más me arriesgaría a otro tatuaje. Al día siguiente Jaime mencionó que un gato encima de la firma se vería maravilloso y empecé a pensarlo. Con razón dicen que los tatuajes son adictivos.

Lo decidí esta mañana es la estación Tiburtina. Como mañana viajo a Venecia, hice el recorrido para evitar un tropiezo mañana y no perder los tiquetes. A las cinco y cuarto de la madrugada estaba en la Piazza Duca di Genova, el autobús llegó dos minutos después y fui a la terminal Lido Centro. Ahí esperé el Maremetro que viene de Cristifoto Colombo y concluye treinta minutos después en Piramide, también conocida como estación San Paolo. Busqué la línea B con dirección Rebibbia y ocho estaciones después me bajé en Tiburtina. El lío es salir de una estación tan enorme. Estuve perdido unos minutos, pero al fin llegué, y más por sentido común que por conocimiento encontré el paradero de los autobuses con destino a Venecia. Estaba por salir uno para Pompeya y otro para Nápoles, y vi llegar uno de Milán. Tantos destinos pendientes. Entonces regresé a Ostia: la línea B con dirección Laurentina, y en Piramide, el Metromare. No había aclarado cuando llegué a la Piazza de Duca, donde comienza la Vía degli Aldobrandini, precisamente con el edificio donde me alojo. Fui a un chinese cercano y compré dos libretas y unas hojas para dibujar. Mi hermano Jaime seguía durmiendo. Tuve que esperar un rato para contarle que había tomado la severa decisión de otro tatuaje. Desayuné y comencé a dibujar gatos. Cuando se los mostré, Jaime buscó otros en el celular, y dos horas después de mediodía ya teníamos el gato definitivo. Hicimos almuerzo y manos a la obra.

Es una tarde tibia y plácida, un regalo del final del invierno en Ostia. Estamos a unos doscientos metros del helado Mar Tirreno. En el verano llega toda Roma a divertirse. Un hervidero de gente. Hay restaurantes y almacenes caros, hay una librería exquisita. Ahora, a través de la ventana, sólo vemos pasar viejos, solos o acompañados, muy bien trajeados, muy elegantes. Casi no se ven niños. Supongo que los demás están trabajando. No hay vendedores callejeros. No hay megáfonos ni malditas grabaciones pregonando aguacates. Nadie atormenta a los vecinos con su música. Qué deliciosa se siente la vida sin los espantosos vallenatos y el vulgar reguetón. 

Le pregunto a Jaime si asistió al funeral de nuestro padre y dice que no. Nelly le avisó temprano en qué funeraria estaba el cuerpo y fue a verlo antes de que llegaran los demás. No quería encontrarse con Ramiro, la oveja negra, ni con Marta, la rezandera, una de las que fueron el motivo de una frase inmortal de mi padre: “Qué haremos, de putas a santas”. Jaime precisa que “de putas a monjas”. La idea es la misma, en todo caso. Somos una exquisita descendencia. Un sobrino arrepentido dijo que venía de una familia de artistas, borrachos y drogadictos. Qué desgraciado.

Mientras encinta el cojín que servirá de apoyabrazos, le cuento a Jaime que no fui al funeral ni a la velación, acomodado en un sofá porque no hay camilla. Lo había decidido muchos años atrás, pero esperaba que la noticia fatal me sorprendiera durante uno de mis viajes para justificar la conciencia con la distancia. No fue así. Mantuve la decisión y no me sentí mal. No me arrepiento. Dejé de querer a mi padre, déspota y borracho, cuando era niño. Ya desde la adolescencia lo evité y rara vez hablamos. Los remordimientos desaparecieron cuando leí la larga carta que Kafka le escribió a su padre. Nunca se se atrevió a entregársela. Mi padre y yo nunca tuvimos esa conversación. Nunca hubo un abrazo. En la calle fingía no conocerme. Con Jaime tuvo mucho más trato. Él y Rubén trabajaron juntos en la herrería, y mi padre terminó robándolos. La herrería, después de tantos años, sigue en manos de nuestro hermano Rubén. Alguna vez mi padre me buscó para pintarme un negocio. Quería que le sirviera de fiador de un préstame bancario. Le precisé que no se trataba de un negocio sino de un favor, y me negué. Un borracho nunca es buena paga.

“Con rencores, uno se quema”, dice Jaime. “Yo fui rebién con el man”, agrega, refiriéndose a Ramiro, la oveja negra. Me entero que lo visitaba en la cárcel. Pensé que mi padre era la única visita. Le dieron la oportunidad de reformarse en una de sus salidas y durante un breve tiempo Los tres hermanos trabajaron en la herrería. Jaime, Darío y Ramiro. Papá solamente pasaba a recoger dinero para continuar su eterna borrachera. Las cosas con Ramiro no fueron fáciles. Se comportaba con la altanería de los rufianes, desafiando la experiencia del oficio de sus hermanos, hasta que una noche se robó la herramienta de la herrería. Un robo grande. Lo echaron, por supuesto. Intentó convencer a Álvaro, otro hermano, para que condujera un camión en un asalto. Un tipo peligroso. Pasaba más tiempo en la cárcel que fuera. Él mismo decía que tenía el demonio por dentro. Intentó reconciliarse conmigo pero lo rechacé. Un hombre así, acostumbrado al dinero fácil, no vuelve al redil de la esclavitud. No tuvo una profesión ni fue a la universidad. Al final, acosado por la enfermedad, parece que mostró algún arrepentimiento, al menos con Jaime. Fue al hospital por un mal menor y le descubrieron un cáncer. Murió tres meses después. Estaba construyendo una casa en un lote que le dio la hermana rezandera. Dejó dos perros, que se quedaron con Nancy, otra hermana. No pregunto por el lote. No me importa.

Jaime prueba en mi brazo la primera de las cinco plantillas recién impresas. El gato queda demasiado pegado a la firma. Borra y prueba la segunda, que queda en su punto preciso. Alista la aguja siete, que da un trazo más delgado que la nueve, usado en la firma. Hay tres tipos de agujas: unas para línea, otras para el relleno y las demás para sombra. Lo mío es breve, sólo línea. Todo lo hace con los guantes puestos. Encinta la máquina por cuestiones de bioseguridad. Todo, menos la máquina, se desecha. Es un oficio de sangre. De arte y precisión.

Otra revelación es la complicidad de nuestro padre con Ramiro. “Llegaba con gallinas y con ajos y no le decía nada”, dice Jaime. En cambio, a Álvaro casi lo mata porque robó dulces en la tienda de un vecino. Lo colgó de una viga y lo encendió a palo. Para tales tareas mantenía a la mano un chucho de  tres tiras de cuero con un mango de madera. Con un lazo amarró a Álvaro de la cintura, arrojó el lazo por encima de la viga y haló hasta que el cuerpo de nuestro hermano quedó en el aire. Y dio  rienda suelta a su sadismo. “Casi lo mata”, precisa Jaime, testigo de los hechos. Y agrega que nuestra horrorizada madre llegó a proteger a Alvaro, levantando su cuerpo con ambos brazos, y mi padre la incluyó en la paliza. Sin la ayuda de mamá, tal vez Alvaro hubiera muerto. Aprisionado por el lazo o aplastado por los golpes. Jaime lo recuerda medio muerto. Es el hermano más desafortunado. Cegatón desde niño y tan terco como el abuelo Domingo. Vivió de cuidar jardines. No sé qué hará ahora, cada vez más ciego.

Todo está listo. Jaime sube el volumen al tema de Pink Floyd, “Money”, entinta la aguja en la copa y empieza a tatuar el gato. Ya lo puedo distraer con más preguntas. Me sumerjo en el delirio de la música para distraer el dolor.






Casa de citas / La vida

 LA VIDA

1. Siempre tendrás problemas. Aprende a disfrutar de la vida mientras los resuelves.

Casa de citas / José Alfredo Jiménez / Telegrama

José Alfredo Joménez


José Alfredo Jiménez
TELEGRAMA PARA PALOMA GÁLVEZ





lunes, 24 de febrero de 2025

Un cantante / Roberta Flack

 

Roberta Flack,  en el Soho, London, en 1972.

Roberta Flack, en el Soho, London, en 1972.HERITAGE IMAGES (GETTY IMAGES)

Muere a los 88 años Roberta Flack, icono del soul y voz de ‘Killing me Softly’

La artista de R&B, que ganó su primer Grammy por ‘The First Time Ever I Saw Your Face’, ha fallecido junto a su familia, informa en un comunicado su publicista. Anunció que padecía ELA en 2022

Los Estados Unidos de Trump se atraviesan en la paz total de Petro

 

Orillas del Río Putumayo en Puerto Leguízamo, Putumayo
Orillas del Río Putumayo en Puerto Leguízamo, Putumayo (Colombia), el 8 de febrero del 2025.DIEGO CUEVAS

CONFLICTO ARMADO EN COLOMBIA

Los Estados Unidos de Trump se atraviesan en la paz total de Petro

Los pedidos de extradición de delegados de los grupos armados y las listas de organizaciones terroristas siembran de incertidumbre las mesas de negociación



Santiago Torrado
SANTIAGO TORRADO
Bogotá - 24 FEB 2025 - 05:00


El trámite avanza. Estados Unidos formalizó esta semana la solicitud de extradición de Andrés Rojas, Araña, el líder de los Comandos de la Frontera detention por agentes de la Fiscalía colombiana al final de un ciclo de diálogos con el Gobierno de Gustavo Petro en un hotel de Bogotá. Una corte de California lo pide por delitos relacionados con narcotráfico, y la solicitud ahora pasa a la Corte Suprema de Justicia. Si el concepto del alto tribunal es favorable, llegará hasta el escritorio del presidente para su firma. “Las órdenes de extradición pueden cesar si los procesos de paz demuestran avances de importancia”, ha recordado el propio Petro. Se guarda esa carta, pero Colombia ya se asomó al abismo de chocar de frente con la Administración de Donald Trump, con consecuencias potencialmente devastadoras. A pesar de que la diplomacia sudamericana consiguió solventar primera crisis, ningún país quiere quedar en la diana del magnate republicano y su garrote arancelario.

domingo, 23 de febrero de 2025

Milan Kundera / La insoportable levedad del ser / Reseña


LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SER


Por Claudio César

22 de febrero de 2025

La insoportable levedad del ser de Milan Kundera es una novela que se desenlaza en la llamada Primavera de Praga. Acomplejado por la pregunta filosófica: ¿Qué importa más: la levedad o el peso?, el libro busca encontrar su respuesta a través de sus personajes.

jueves, 20 de febrero de 2025

Triunfo Arciniegas / Diario / Cosecha romana

 

Foto de Triunfo Arciniegas

Triunfo Arciniegas
COSECHA ROMANA


Flaubert / Madame Bovary

Nabokov / Lolita

Joyce / Gente di Dublino / Dublinenses

Shakespeare / Macbeth

Bram Stoker / Drácula

Edgar Lee Masters / Antologia di Spoon River 

Jack Kerouac / Sulla strada / En la carretera

Lewis Carroll / Alice nel paese delle meraviglie / Alicia en el país de las maravillas

Carlo Collodi / Le avventure di Pinocchio / Pinocho


***


Perrault & Maria Sole Macchia / Il gato con gli stivali

Pablo Albo & Maurizio Quarello / Il Ghiottone

Margarita del Mazo & Vitali Konstantinov / Non Mangiarmi

Txabi Arnal e Cecilia Varela / Cuore di sarto

Agnés Laroche & Stéphanie Augusseau / Cosí!

Pep Bruno & Matteo Gubellini / A casa Della nonna

Jon Scieszka & Lane Smith / La vera storia del 3 porcellini










SOBRE LA VORACIDAD DEL LECTOR


Los libros han sido uno de los placeres de mi vida. Tengo en casa unos catorce mil y sigo buscando más con un hambre insaciable. Camino a Roma, me detuve un solo día en Bogotá para renovar los lentes y terminé comprando cuarenta títulos, que dejé en el hotel y no tuve tiempo de registrar. Cuarenta títulos en las tres salidas del hotel. La primera tanda fue de veintiséis, en la mañana, cuando encargué los lentes y supe que el señor de la óptica había muerto. Me atendieron sus afligidas hijas. 

He frecuentado este lugar por unos veinte años. Es tanta la confianza que ni siquiera consulto en otra parte. Aunque me demorara en volver uno o más años, el finado levantaba la mirada al sentir mis pasos y decía sin la menor vacilación: “Señor Arciniegas”. ¿Cómo diablos hacía para acordarse? Nunca me aprendí su nombre. Soy el otro extremo: ni después de un año ni siquiera memoricé el apellido de mis alumnos. Llegaba a la óptica con uno o dos  libros para sus nietos y me recompensaba con precios especiales.  Alguna vez ni siquiera me cobró. En otra oportunidad organizó un encuentro para que los nietos conocieran al escritor. Esta vez le traía unas “muertas de amor”. Cómo es la vida. La primera y única vez que aparecí con un libro para el hombre y no para su familia, ya no estaba en este mundo. Terminé dejándoselo a una de las hijas, con quien tengo un bonito trato. La última fórmula de estos ojos míos es suya y hace unos años me recomendó un especialista del norte de la ciudad que casi me cuesta un ojo de la cara. Señalándole el regalo, le recordé la leyenda de cierto artículos: “Manténgase fuera del alcance de los niños”.


Luego compré los euros. Necesita algo más de mil euros. Caminé hasta a la avenida diecinueve, arriba de la séptima. En el primer negocio me vendían los euros a 4570. A unos pasos me los ofrecieron  a 4535. Mevahorré más de medio millón de pesos, la tercera parte del nuevo salario mínimo del país del desangrado corazón.


En la segunda salida del hotel, en la tarde, luego de reclamar los lentes, sólo conseguí cuatro títulos y un morral para continuar el viaje.


En la noche, cuando fui a comprar unas medicinas que requieren de fórmula en Europa, diez títulos más. Tercera y última tanda. Tan pronto vuelva a Bogotá registraré la cosecha, guardada con este fin en una sola maleta.


Imaginé el primer día de compras romano con numerosos detalles, pero no tan bonito como se presentó. Conseguí unas botas, una chaqueta y una bufanda, porque no sólo de libros vive el hombre. Como el invierno está por acabarse, los almacenes ofrecen sus mercancías hasta con un cincuenta por ciento de rebaja. El próximo invierno vendrá con otros modelos. Para un viajero tropical de clima frío, indiferente a las estaciones y la moda, la ocasión es perfecta. La gente de tierra caliente, por las mismas razones, debe viajar a finales del verano.


Siempre he soñado con la Babel de papel, la biblioteca multilingüe, y tengo algunos de mis libros amados en varios idiomas. En otro viaje compré títulos de Kafka, los hermanos Grimm y Calvino en Bologna, y otras delicias en París, a la orilla del Sena, en los mismos territorios que Cortázar exploraba el siglo pasado. Unos pocos en Palma de Mallorca. En Barcelona, cosa rara, no visité una sola librería. El problema es el peso. Así que cada libro que uno compra es una decisión muy bien pensada.


Esta vez fui desaforado: diecisiete libros en un solo día. Dejo aparte los preciosos libros album, puerta de entrada a la lectura en cualquier idioma por la brevedad del texto y la abundancia de las ilustraciones, y me concentraré en los otros nueve títulos. Con la excepción de la novela de Kerouac, ‘En la carretera’, que no conozco bien ni he leído con fundamento, son libros amados, leídos una y otra vez en español.


‘Madame Bovary’ es tal vez el libro más importante de mi vida. Lo leí en mi adolescencia y eché a perder el resto de mi vida. En casa tengo las versiones en inglés, español, portugués y francés. Hacía falta la italiana. De ‘Madame Bovary’ he hecho siete lecturas minuciosas. Y hace mucho más de veinte años que no la he vuelto a leer. Ya es hora.


‘Dublinenses’ es mi libro favorito de Joyce, por encima de ‘Ulises’. He leído los cuentos de Joyce una y otra vez a lo largo de mi vida, traducidos al español por Guillermo Cabrera Infante, pero nunca he hecho una lectura completa de ‘Ulises’. Y esto ya no tiene remedio.


‘Macbeth’ es la obra de Shakespeare que más he leído. Hasta ahora llevo unas cinco o seis lecturas, con distinto traductor y sin repetir editorial, y la fascinación se mantiene. Tengo una traducción que es mi favorita (y, de paso, la mejor edición) pero, como estoy a diez mil kilómetros de mi biblioteca, no puedo registrar la ficha bibliográfica.


‘Dracula’ es una obra maestra, con una estructura perfecta y un manejo del suspenso envidiable, una geografía propia y unos lúgubres escenarios que marcan al lector. Pero el principal acierto es su personaje. Inmortal entre mortales e inmortal en el papel. ‘Dracula’ es un tratado de la inmortalidad, entre otras cosas. Un tratado con sangre y sombras.


¿Y Lolita? Otro personaje extraordinario. La juventud es belleza, y Lolita está incluso antes. ‘Lolita’ es una novela perversa escrita con profunda sabiduría. “Lolita, Luz de mi vida, fuego de mis entrañas…” Los dos primeros párrafos de “Lolita” no sólo son uno de los mejores inicios de una novela sino un luminoso poema de amor. Nabokov se adentra en estas páginas en la exploración “de una passione senza limite, senza controllo, senza pavura”, como afirma la solapa de la edición italiana.


‘Antologia di Spoon River’, acá en italiano e inglés, es un libro fundamental para los poetas y toda una novela en epitafios. Una idea genial. La traducción al italiano es de Letitia Ciotti Miller. Hay una, que imagino muy famosa, de Fernanda Pivano, publucada por primera vez por Einaudi en 1943.


‘Alicia en el país de las maravillas’ es un libro de merecido prestigio, citado una y otra vez, un derroche en todos los niveles: imaginación, humor, lenguaje. No he leído este disparatado libro más de dos veces y me parece raro. Uno debería sabérselo de memoria.


Y por último, ‘Pinocho’, una belleza, otro personaje extraordinario, un muñeco, un trozo de madera desconsiderado y grosero que atormenta la vida de su creador. Leí ‘Pinocho’ en casa con verdadero regocijo, reconociendo que estaba a la altura de su fama, y luego con un tercer grado de primaria, un grupo experimental, consentido, de altísimo nivel, y supe entonces que el libro era todavía mejor. Este libro debería llamarse ‘Metamorfosis’ o ‘Las transformaciones’, y es una de mis sugerencias para los lectores que ya han levantado vuelo. ‘Pinocho’ siempre merece una lectura más. Las otras sugerencias para los  lectores voladores serían ‘Drácula’, ‘Alicia en el país de las maravillas’, ‘La isla del Tesoro’ y ‘Los tres mosqueteros’. Aventuras bien contadas por escritores consagrados, perfecto maridaje de fondo y forma. La buena literatura también es divertida. Una alegría para el cuerpo, un bálsamo para el alma, un remedio que cicatriza las heridas.


Trastevere, Roma, 16 de febrero de 2025

miércoles, 19 de febrero de 2025

Carilda Oliver / Me desordeno, amor, me desordeno

 






Carilda Oliver
ME DESORDRNO, AMOR, ME DESORDENO

Me desordeno, amor, me desordeno

cuando voy en tu boca, demorada;

y casi sin por qué, casi por nada,

te toco con la punta de mi seno.

 

Te toco con la punta de mi seno

y con mi soledad desamparada;

y acaso sin estar enamorada;

me desordeno, amor, me desordeno.

 

Y mi suerte de fruta respetada

arde en tu mano lúbrica y turbada

como una mal promesa de veneno;

 

y aunque quiero besarte arrodillada,

cuando voy en tu boca, demorada,

me desordeno, amor, me desordeno.



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Federico Fellini
PASIÓN

No existe inicio, no existe fin, existe apenas pasión por la vida.