Triunfo Arciniegas
LA IMAGEN Y LA OBRA
28 de mayo de 2023
La imagen y la obra de un escritor no siempre se corresponden. Puede suceder que la imagen, inflada por maniobras publicitarias y la astucia del mismo escritor, sobrepase la dimensión de la obra. De pronto el escritor vive en un lugar ventajoso y frecuenta las amistades más provechosas y hasta cuenta con premios no siempre ganados en franca lid. En todo caso, le ha sacado partido a las oportunidades. A menudo es buena gente, hace reír a los demás, se divierte en las fiestas. Le encantan los escándalos, siempre tan rentables, y a menudo los orquesta. Nunca pensará que su fama es injusta o que no merece los privilegios que disfruta. Así es la naturaleza humana.
Pero cuando la obra no obtiene el reconocimiento puntual o nunca llega, se presenta el caso contrario. Hay una obra pero escondida o desconocida. El escritor no vende o vende muy poco, no acierta con la lotería de los premios ni frecuenta los círculos del poder. La obra se queda en el camino, en editoriales que editan mal y distribuyen peor. Y el escritor no tiene la madera para hacerse propaganda y remediar la situación. Tal vez crea que su obra no lo merece.
Y tal vez sea así. Si de verdad es un escritor mediocre, nada puede hacerse. Para consolarse, considerará que tiene mala suerte o enemigos feroces y que el mundo es injusto. De todo hay en la viña del Señor.
Por otra parte, el lector común elige los libros más comentados y leídos, que no son siempre los mejores. Y, por lo tanto, cree que los escritores más conocidos y más reseñados son los mejores.
Otro factor para tener en cuenta es la misma naturaleza de la obra, la facilidad o la densidad de su lectura, aunque lo primero no signifique precisamente ligereza o lo segundo sea garantía de calidad. El lector promedio siempre se inclinará más por la simplicidad de un escritor de segunda como Benedetti que por la deslumbrante maraña de un escritor de primera como Onetti.
El tiempo pone las cosas en su puesto. Ese escritor que fue tan leído en vida, ese mismo que participaba en todos los congresos y al que le rindieron tantos honores, cae en el olvido. Lo contrario también puede suceder. Ese escritor al que en vida pocos le pusieron cuidado se impone, se reconoce, se lee y se comenta.
Ninguno de los dos se entera: ni el escritor inflado ni el escritor despreciado. Ambos están muertos.
Lo sabemos: la vida no es justa.
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