Triunfo Arciniegas
PERROS
22 de enero de 2016
Salgo con los perros a las tres y media, en piyama, sin dinero, sin documentos. Por fin encontré una hora para no cruzarme con nadie: ni siquiera los ladrones madrugan tanto. Hasta los vigilantes se han ido a dormir o meditan junto a la bicicleta en algún escondite. De vez en cuando pasa un camión y ladra un perro en el vecindario. De resto, hielo y silencio. Desde la carretera veo las luces del hospital y no dejo de imaginar a un paciente desvelado por la certeza del fin de sus días. No voy al bosque a esa hora: hace rato que no abrazo los árboles. Este año ha llegado huérfano de abrazos.
Aníbal quedó muy nervioso desde que un camión lo atropelló. No iba conmigo sino con René. Se tensa apenas oye el ruido de un motor. Lo abrazo con la intención de sosegarlo pero no logro gran cosa. Toto, por su parte, se ve muy feliz. Es más pequeño que Aníbal, diría que pesa la mitad, pero le lleva como medio año. Se comporta como el líder. Anibal, muy dulce, muy inocente, lo sigue a todas partes.
Recorremos la parte iluminada de la carretera a Málaga y luego regresamos. Dejo a los perros en la azotea y continúo con mis asuntos.
No necesito salir en el resto del día. Alguien me trae todo lo que necesito. Solo tengo que levantar el teléfono o marcar en el celular.
Los blogs son el primer asunto de cada día. He adelantado un centenar de entradas en Dragón. Como casi todos los finales y principios de año, me dedico a estudiar inglés. Estoy siguiendo un curso excelente en Youtube. Me conecto a internet desde la cama, por el televisor: recibo clases en una pantalla de setenta pulgadas.
Y luego veo una película o pinto un lobo para los bolsos de Alejandra. O leo dos o tres capítulos de la novela de turno. O preparo una entrada más en algún blog. Si tengo suerte, se me ocurren unas líneas. Algo como estos párrafos.
Cualquiera diría que es una gran vida. Pero no lo es. No lo es. Me siento como varado a la orilla de un sueño que no puedo precisar.
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