La ventana La Habana Vieja, 2015 Fotografía de Triunfo Arciniegas |
La Habana y el lazarillo
La Habana, 3 de noviembre de 2015
No es conveniente recorrer La Habana sin lazarillo. Uno no sabe con quién habla, uno no sabe quién lo está oyendo o viendo. No se ven policías: se camuflan. Y como soy explosivo, como no me dejo invadir y suelo responder a las agresiones sin prudencia, como no me callo ante las porquerías de la vida cotidiana, puedo meterme en problemas.
De los países que he visitado, ninguno le tira tan duro al turista como Cuba. Los precios son exagerados. Un pinche sandwich, una cosita de pan y jamón, puede valer cinco dólares. Lo mismo vale un mojito en La bodeguita de en medio. Como si uno se lo estuviese tomando con Hemingway. El lugar es diminuto y se mantiene atestado, uno compra su carísimo mojito y va a tomárselo a calle, feliz porque ahí mismo se emborrachaba Hemingway, pendejo que es uno. Por un jugo o por un helado al turista le piden cinco o siete veces más. Es sabido que los taxistas se ensañan contra los visitantes. Pero aquí el ensañamiento es rutinario, riguroso, implacable.
En Cartagena de Indias al turista le caen como langostas, pero aquí parecen tiburones. Cuba ejerce una fascinación en el mundo entero. Todo mundo quiere pasar al menos una vez por esta geografía. Y aquí saben aprovechar la fascinación. Adivinan el país de origen y te dicen un par de cositas y ya empiezan a envolverte, a ofrecerte cosas y ni te das cuenta cómo caes. Visten bien y no es raro que hablen varios idiomas. De lejos se nota que consiguen el billete, y es fácil deducir cómo lo consiguen.
Estaba descansando en un parque, cerca del Malecón, cuando vi acercarse una pareja: un hombre de unos treinta años y una negra espectacular. Se sentaron junto a mí. En un momento la mujer cambió de lugar y quedó entre el hombre y yo. Qué olor, madre mía, qué fragancia, y qué piernas, qué piel tan luminosa. Preguntó de dónde venía. No más con esa pregunta me fui, tembloroso y muerto de deseo, con mi música a otra parte: ya me sé el resto del libreto.
Las jineteras gozan de merecida fama. Las bellísimas jineteras de La Habana. La prostitución ha sido y sigue siendo un gran negocio. El cubano, debido a su miserable situación, se ha convertido en un experto en sacar partido del fuereño. Una mujer puede envolverte, sacarte todo lo que se le antoja y no darte nada.
El siglo pasado Cuba fue el casino de los gringos. "Las Vegas", me precisa Araceli Morales. El juego, el ron, el tabaco y las mujeres eran los adjetivos de esta bella tierra. No sé nada del juego ni de los casinos. Me han dicho que la entrada al Tropicana vale más o menos ochenta dólares. El ron y el tabaco mantienen su prestigio, y las mujeres se siguen ofreciendo en las calles.
En Cuba, además, existe un lío: dos monedas oficiales. Una es el llamado CUC y otra el peso cubano. El primero, que equivale al dólar, es para los turistas, y el otro para los pobres cubanos. De manera que tengo que hacer tres o cuatro conversiones para saber más o menos el precio de cada cosa. He cambiado pesos mexicanos (en mi cabeza debo pasarlos a dólares y luego a pesos colombianos). Soy colombiano y vengo de México. Me aconsejaron que no trajera dólares porque no conviene: uno sale muy tumbado con el cambio.
De manera que no sólo por seguridad sino por cuestiones de economía no es conveniente recorrer La Habana sin lazarillo.
Triunfo Arciniegas / Diario / En Cuba hay que ser comunista para vivir bien
Triunfo Arciniegas / Diario / Por esta libertad hay que darlo todo
Triunfo Arciniegas / Diario / La Habana y el lazarillo
Triunfo Arciniegas / Diario / Muerte y ausencias
Triunfo Arciniegas / Diario / Prisionero en La Habana
De los países que he visitado, ninguno le tira tan duro al turista como Cuba. Los precios son exagerados. Un pinche sandwich, una cosita de pan y jamón, puede valer cinco dólares. Lo mismo vale un mojito en La bodeguita de en medio. Como si uno se lo estuviese tomando con Hemingway. El lugar es diminuto y se mantiene atestado, uno compra su carísimo mojito y va a tomárselo a calle, feliz porque ahí mismo se emborrachaba Hemingway, pendejo que es uno. Por un jugo o por un helado al turista le piden cinco o siete veces más. Es sabido que los taxistas se ensañan contra los visitantes. Pero aquí el ensañamiento es rutinario, riguroso, implacable.
En Cartagena de Indias al turista le caen como langostas, pero aquí parecen tiburones. Cuba ejerce una fascinación en el mundo entero. Todo mundo quiere pasar al menos una vez por esta geografía. Y aquí saben aprovechar la fascinación. Adivinan el país de origen y te dicen un par de cositas y ya empiezan a envolverte, a ofrecerte cosas y ni te das cuenta cómo caes. Visten bien y no es raro que hablen varios idiomas. De lejos se nota que consiguen el billete, y es fácil deducir cómo lo consiguen.
Estaba descansando en un parque, cerca del Malecón, cuando vi acercarse una pareja: un hombre de unos treinta años y una negra espectacular. Se sentaron junto a mí. En un momento la mujer cambió de lugar y quedó entre el hombre y yo. Qué olor, madre mía, qué fragancia, y qué piernas, qué piel tan luminosa. Preguntó de dónde venía. No más con esa pregunta me fui, tembloroso y muerto de deseo, con mi música a otra parte: ya me sé el resto del libreto.
Las jineteras gozan de merecida fama. Las bellísimas jineteras de La Habana. La prostitución ha sido y sigue siendo un gran negocio. El cubano, debido a su miserable situación, se ha convertido en un experto en sacar partido del fuereño. Una mujer puede envolverte, sacarte todo lo que se le antoja y no darte nada.
El siglo pasado Cuba fue el casino de los gringos. "Las Vegas", me precisa Araceli Morales. El juego, el ron, el tabaco y las mujeres eran los adjetivos de esta bella tierra. No sé nada del juego ni de los casinos. Me han dicho que la entrada al Tropicana vale más o menos ochenta dólares. El ron y el tabaco mantienen su prestigio, y las mujeres se siguen ofreciendo en las calles.
En Cuba, además, existe un lío: dos monedas oficiales. Una es el llamado CUC y otra el peso cubano. El primero, que equivale al dólar, es para los turistas, y el otro para los pobres cubanos. De manera que tengo que hacer tres o cuatro conversiones para saber más o menos el precio de cada cosa. He cambiado pesos mexicanos (en mi cabeza debo pasarlos a dólares y luego a pesos colombianos). Soy colombiano y vengo de México. Me aconsejaron que no trajera dólares porque no conviene: uno sale muy tumbado con el cambio.
De manera que no sólo por seguridad sino por cuestiones de economía no es conveniente recorrer La Habana sin lazarillo.
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