Anoche murió
Pacheco. Tenía más de ochenta años y estaba muy enfermo. Vivía solo. Jota Mario
Valencia contó esta mañana que en una época Pacheco iba todos los días al
aeropuerto a esperar a Liliana, su
esposa, que se había quedado a vivir en Miami. Lo vi dos veces en la
vida. La primera vez frente al hotel Tequendama, en Bogotá, mientras le lustraban los
zapatos. La segunda vez compartimos palco en el teatro Colón, hace unos veinte
años. Habíamos ido a ver “Ay, Carmela”, él con su esposa y yo con un amigo.
Conversamos. Es decir, le hice algunas preguntas y traté de no apabullarlo. Al
fin y al cabo había ido a ver una obra de teatro y no a conversar conmigo. Le
pregunté por García Márquez y me precisó que era exagerado que el escritor lo considerara
uno de sus amigos. Me hizo la aclaración con la humildad que lo caracterizó
toda la vida y con un profundo respeto por García Márquez. Siempre me inspiró
cariño, tanto Pacheco, el animador, el entrevistador, el actor, el payaso, el aprendiz de cantante, como Fernando González, la persona de carne
y hueso de todos los días. Era la misma persona en todos los escenarios. Por eso la
gente lo quiso tanto. Por eso lo
quisimos tanto.
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