martes, 3 de diciembre de 2013

Diario / Una penosa experiencia en Guadalajara

El Parque de las Estrellas con sombra de fotógrafo
Guadalajara, México, 30 de noviembre de 2013
Foto de Triunfo Arciniegas



Triunfo Arciniegas
Una penosa experiencia en Guadalajara
Guadalajara, Jalisco, 2 de diciembre de 2013


Dejé el apartamento de la calzada Lázaro Cárdenas y me vine a un hotel. ¿Qué hacía en un apartamento para mí solo? No estoy en luna de miel ni haré ninguna fiesta ni voy a cocinar. Así que me vine de la calzada de Lázaro Cárdenas esta mañana y ahora estoy a escasos cincuenta metros de la Expo. Puedo quedarme por la noche a todos los conciertos. Antes se me hacía demasiado tarde para volver a pie por ciertas calles solitarias y no muy iluminadas. Y en las ferias de otros años me perdía esta dicha porque los autobuses ya no circulaban para el cierre de los conciertos y para volver a mi hotel del centro tendría que tomar un taxi carísimo. Los taxistas, y todo mundo, saben que uno no es mexicano apenas abre la boca, y aprovechan. Son nueve conciertos. Apenas van tres. El país invitado de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara este año es Israel. De su música poco o nada sé. Cada noche es un azar. La primera noche estuvo bien: música y maravillosas coreografias. Luces precisas, fascinantes. Un bello espectáculo. La segunda noche me aburrí y me dolía el estómago. Abandoné el concierto a la mitad. Pero no significa que Nao no sea una cantante extraordinaria ni que su espectáculo no valga la pena. No es lo mío y nada más. La tercera noche no fue precisamente un concierto sino un espectáculo de danzas judías. Y las danzas tampoco son lo mío. Vi una parte y vine al hotel.

Pero resulté en este hotel no solo porque está a la mano sino porque la experiencia del apartamento fue espantosa: no había agua caliente, no había internet, no había señal de televisión, no había una miserable cobija. Y tampoco me esperaron el viernes. Era medianoche y yo estaba en la calle con el equipaje. Tuve que pasar dos horas en la puerta de un garaje. No quise irme a buscar un hotel arrastrando un pesado equipaje para no exponerme a los ladrones, pero me horrorizaba esperar el amanecer unas cuatro o cinco horas. 

Después de Día de Muertos, una experiencia plácida y normal en México, alquilar este apartamento en Guadalajara fue un suceso fantasmal. Primero se llama a un número de Guadalajara, y en México se marca de una manera si uno está en la ciudad del destinatario y de otra manera desde otra ciudad. Se marca de una manera si es desde un teléfono fijo y de otra si es desde un celular. Y todo eso sin contar con los códigos de las regiones. Y el teléfono es México es caro. Maldigo a Slim cada vez que hago por mi cuenta una llamada en México. Con razón es el tipo más rico del mundo: tiene a todos los mexicanos colaborando con su inmensa fortuna. ¿Se irá el tipo al más allá con todo? ¿En qué cajón cabe tanto dinero? El tipo es un acaparador.

Una vez que se tiene la fortuna de que alguien conteste, uno lamenta que le toque conversar con una persona de tan pocas luces. No es que uno sea una lumbrera pero alguna lógica domina. Esta persona, que llamé más veces que a una novia o que a un hijo, está muy cerca de la idiotez. Me mandó a ver unos apartamentos en una página. Los vi y volví a llamar. Resultó que esas no eran las tarifas: solo se trata de un gancho. Resultó que solo quedaban tres apartamentos porque la Feria del Libro rebosa todo. Y es verdad: no hay una sola habitación disponible en los numerosos hoteles que rodean la Expo. Hay que regresar a la página y volver a llamar. La mujer no ha precisado precios y en la página de estos nuevos apartamentos tampoco figuran. Resulté eligiendo según el precio, 47o pesos mexicanos por noche, pero no sé cuál es mi apartamento. Ahora debo pagar y dar aviso en un correo electrónico. Me recorro el centro de Ciudad de México buscando un Banorte y, para mi asombro, la empleada a quien le pido que me oriente no sabe qué es una consignación. "Una qué", exclama con cara de excremento, apoltronada detrás de su escritorio. Y entonces le explico que se trata de lo que uno más hace en un banco: darle dinero. Al fin poco a poco su entendimiento se abre y precisa: "un depósito". La señora se queda murmurando "consignación, consignación" mientras me alejo: me volteó y le digo: "Está en el diccionario". No es mi culpa que su vocabulario sea tan limitado. En México no se consigna, "se deposita". Parece que aquí consignan solamente a la gente (en la cárcel o en la estación de policía, por ejemplo, y a los coches (cuando quieren venderlos porque ya consiguieron un modelo más reciente). Aquí hay coches, no carros. Aquí hay camiones, no autobuses. Después de doce años de venir a México, todavía no domino su idioma. 

No hay que rellenar un formulario o un recibo. El cliente va directamente a la ventanilla y comunica al cajero el número de cuenta del destinatario. Entrega el dinero y recibe una especie de tira, como si acabara de hacer una compra en el supermercado. 

Volví a internet y escribí a los fantasmas de Gaudalajara que había consignado 1.470 pesos por tres noches de alojamiento. No quise pagar una semana como allí pretendían porque no en ese momento no sabía que tanto se parecía el apartamento a las fotos, qué tan lejos o cerca estaba de la feria, o si tendría la suerte de encontrar un mejor sitio. Además, el cuento de un precio más económico si se toma el apartamento por una semana o un mes es precisamente un cuento. En la publicidad hablan de un apartamento de un alcoba por mil novecientos pesos por una semana de alojamiento, de dos recámaras por dos mil novecientos y de tres por por cuatro mil cuatro cientos. Y yo pagué 47o por un apartamento de una sola alcoba. Por tres noches me cobraron la tarifa de una semana.

Los fantasmas no me respondieron por internet. Me pregunté si se habría perdido esa platica. Al día siguiente fotografié por ambas caras esa especie de recibo que da el banco (no viajo con escaner, por supuesto) y anexé las fotos a un nuevo correo. Pero tampoco respondieron.

Volvi a llamar y a maldecir a Slim, y me respondieron: "Déjame, voy a checar". Aquí no verifican: checan. Dos o tres días después la mujer de la casa de los fantasmas no tenía la información de mi "depósito". ¿Resultado? Tuve que volver a llamar. Y la mujer me dejó esperando. Y tuve que colgar. Volví a llamar y entonces la mujer me preguntó si se me había cortado la llamada. Tuve ganas de responderle que solo estaba colaborando con Slim, pero no lo hubiera entendido.

A estas horas de la vida todavía no tenía la dirección del apartamento ni sabía quién iba a esperarme. El milagro ocurrió al fin: calzada de Lázaro Cardenas 2980. Y me dieron el celular de una tal Conni. Y eso fue todo. 

Llamé a la tal Conni de una y otra manera, marcando con 01, con 044 y con 045, y combinando de una y otra manera. Alguna veces una contestadora me decía: "El número que usted acaba de marcar no existe". En otras, solo me ignoraba la muy maldita. En fin, porque los dioses se hastían de tantas pruebas, di con el número: me envió a buzón. Dejé mensaje. Voy el vuelo de tal aerolínea a tal hora y llego a la 8:1o de la noche. Por favor, espérenme a las nueve. Resulta que el vuelo se retrasó. Llamé desde el aeropuerto y otra vez el maldito buzón. Expliqué el retraso y pedí que me esperaran a las diez. 

Para abreviar este cuento tan largo, no había nadie ni a las diez ni a las once ni a las doce. Estaba como la cenicienta, transformado en una miseria y con el equipaje en la puerta de un garaje. No le contestaron ni al mismo taxista que me trajo del aeropuerto, y me dio pena que me esperara todavía más. Ahí me quedé, sin taxi y sin esperanza, en la profunda noche. No podía moverme con ese equipaje y a esa hora. Un vecino se conmovió y me habló por una ventana: "Llame a este número, que funciona las veinticuatro horas". Anoté el número y le pregunté dónde había un teléfono público. "¿No tiene celular?" El hombre hizo la caridad de llamar y me contó que vendrían en diez minutos. ¿Por qué los fantasmas no me dieron ese número? 

No fueron diez ni veinte ni treinta. Fue una eternidad. Más o menos a la una de la mañana llegó Conni ("¿Por qué no llamó, por qué no avisó?" tuvo el descaro de preguntar) y el señor del nuevo número, firmé un documento, entregué mil novecientos pesos como garantía (por si hago un daño, por si me robo algo) y me dieron las llaves. 

No pude dormir. Estaba muerto de cansancio pero también de frío. No había una miserable cobija. Encendí el televisor: no había señal. Quise conectarme a internet y tampoco funcionó. Menos mal que no se me ocurrió bañarme: no había agua caliente. Me bañé al otro día: una experiencia fugaz, valga la aclaración. 

Antes de visitar la Expo busqué hotel en los alrededores. Ni una sola habitación. Quise hacer una reserva, y tampoco. En uno de los hoteles más cercanos me dijeron que vinieran el mismo día que iba a tomar la habitación a ver si tenía suerte. Pasé tres veces y al fin me dieron una habitación con dos camas, la única disponible, y me traje el equipaje y localicé la casa de los fantasmas y fue muy difícil hacerle entender a al mujer que me iba, que necesitaba entregarles el apartamento y que me regresaran el depósito. Esta diligencia fue tan kafkiana, tan estúpida, y ya estoy tan hastiado de rememorar la experiencia que solo quiero señalar un detalle: me cobraron el aseo. ¿Cómo es posible que no estuviese incluido el precio? ¿Y por qué no me lo dijeron antes? "¿No leyó el contrato?" ¿A la una de la mañana y después de todas esas horas espera? Solo quería dormir, solo quería un refugio, y en ese momento a nadie se le ocurre revisar la letra chiquita de un contrato. Total, me descontaron del depósito la suma de doscientos cincuenta pesos. Un libro menos, pensé. Ya no supe si maldecir o reír cuando la mujer a quien entregué el apartamento, la misma que ignoraba que el apartamento había sido alquilado el fin de semana, me dijo: "Lástima que no siga con nosotros".


No hay comentarios: